sábado, 13 de diciembre de 2014


VARISCA, LA ROCA PARLANTE:


Hola Yolanda:

Me llamo Varisca y digamos, que ya no soy precisamente una muchachita. En primer lugar quería agradecerte que vengas de vez en cuando a visitarme y a darme un poco de conversación. Y aunque ahora me veas con la cara muy arrugada, en tiempos yo también fui una adolescente; al igual que los chicos con los que sueles venir.

Hace millones de años éramos jóvenes y estábamos decididas "a comernos el mundo". Formábamos parte de una enorme cordillera montañosa que se extendía desde donde hoy están Los Apalaches hasta donde actualmente se encuentra el Himalaya. Eran tiempos de gloria y esta única cordillera llegó a tener picos de hasta 8.000 metros de altitud: la Cordillera Hercínica o Varisca (como mi nombre).

Pero "tempus fugit" para todos por igual y poco a poco nos fuimos desgastando hasta desaparecer como montañas y pasamos a formar parte de una gran llanura arrasada. Y no solo eso, sino que quedamos sumergidas bajo las aguas del mar a 4.000 metros de profundidad.

A esas profundidades se dan una serie de procesos internos de la Tierra; unas altísimas temperaturas que encima nos sometieron a unas grandes presiones y así es como nos transformamos: nos metamorfizamos y por lo tanto se nos llama rocas metamórficas.

Pero la historia de la Tierra está llena de largos momentos convulsos, alternados con otros períodos más largos todavía de calma y de desgaste.

Y así es como volvieron a nacer unas nuevas montañas; una nueva cordillera aunque de dimensiones mucho más modestas. Y de debajo de las profundidades marinas volvimos a ascender de nuevo a las alturas de estas nuevas montañas nacidas con la Orogenia Alpina. Lo único que ahora somos rocas metamorfizadas tras nuestra etapa subacuática. Por cierto, nos llaman “cuarcitas armoricanas”.

Pero una orogenia desgasta mucho a unos cuerpos ya castigados por la edad. Cuando se levantan las montañas, estas se pliegan como acordeones. Pero como una ya tiene sus añitos, esta nueva orogenia fracturó los antiguos pliegues en bloques. De hecho, yo formo parte de un antiguo pliegue ya fracturado.

Si lo miramos a grandes rasgos, la nueva orogenia nos fracturó en grandes bloques y unos bloques quedaron levantados formando sierras o anticlinales (las Sierras del Ocejón-Las Piquerinas-Alto Rey) y otros bloques quedaron hundidos formando fosas tectónicas o sinclinales (las depresiones de Campillo de Ranas y de Hiendelaencina).

En estas sierras levantadas hay una línea norte-sur de antiguos pliegues fracturados. Dicen que nuestro relieve es del tipo “apalachense”; con una sucesión de crestas cuarcíticas que forman de manera escalonada antiguos pliegues en acordeón fracturados de dirección Norte-Sur.

Desde la orilla del Sorbe donde ahora nos encontramos, hasta la misma cumbre del Ocejón, todo son antiguos pliegues escalonados. Por ejemplo Peñas Rubias, que lo tengo tan cerquita, es un fragmento de un antiguo plegamiento.

Por cierto, que me hace gracia este joven y galante río llamado Sorbe. Como buen joven del cuaternario es atrevido y se ha buscado su camino a través de una línea de fractura; una línea que separa dos importantes bloques estructurales: el bloque levantado del Ocejón y el bloque hundido de Hiendelaencina.

Y aquí me tienes...muy vieja pero contenta de tantas vivencias y tantas cosas que he visto. Tengo hermanas repartidas por muchas partes de la Tierra y todas nos sentimos muy orgullosas de formar unos relieves tan llamativos y de vivir sosegadamente sin sufrir apenas el azote de la erosión. Las cuarcitas somos rocas duras de pelar y por eso vivimos tranquilas.



Tramo del Valle del Sorbe donde se encuentra Varisca.
 
                            Varisca, la roca parlante.
                 
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Varisca, la “roca parlante” contempla como van pasando lentamente los siglos desde su privilegiada morada a orillas del Río Sorbe, entre las localidades de Zarzuela de Galve y Umbralejo. Esta última localidad es un pueblo rehabilitado perteneciente al CENEAM y es destinado a la educación ambiental de escolares.

Yolanda trabaja de monitora en Umbralejo y al igual que el resto de sus compañeros, visita todas las semanas  a Varisca en compañía de sus 50 alumnos adolescentes. Una vez que están allí, se sientan todos junto a la venerable Varisca y ella les cuenta la apasionante historia de su vida.

El presente relato de Varisca forma parte del Programa de Educación Ambiental de Umbralejo y es leído durante la excursión guiada que semanalmente se realiza desde Umbralejo al fondo del Valle del Sorbe.

jueves, 27 de noviembre de 2014


LA VIDA A 2.200 METROS DE ALTITUD:

 
Un día de enero cualquiera de un año cualquiera caminando por uno de los cuatro cordales del entorno del Pico del Lobo; el techo de la Sierra de Ayllón con sus 2.274 metros de altitud.

Hace un día soleado y tranquilo aquí en las alturas, aunque de vez en cuando viene una brisa de frío helador. El cordal por el que caminamos se encuentra cubierto por una espesa capa de hielo y nieve y todo a nuestro alrededor es de color blanco; el blanco de la nieve y el azul del cielo.

Hay un silencio absoluto y no se escucha ningún ave, ningún mamífero, tan solo el crujir de nuestros crampones al caminar sobre el hielo. Parece como si la vida se hubiera paralizado aquí en las alturas.

Nos asomamos al borde de un circo glaciar para contemplar el gran espesor de hielo acumulado. Estamos sobre una cornisa de hielo y hay que tener mucho cuidado. Clavas el mango del piolet y se hunde por completo; es mejor retroceder unos pasos.

La parte superior del cordal es estrecha y alargada y de vez en cuando asoman entre la nieve algunos escarpes rocosos que se encuentran completamente cubiertos de hielo. El hielo ha sido violentamente incrustado en las rocas a modo de cuchillos; es como si el viento hubiese lanzado cuchillos de hielo.

Precisamente, disfrutando de un magnífico día de sol invernal, nos damos perfecta cuenta de cuan terribles han de ser las ventiscas a 2.200 metros de altitud. Y de nuevo nos formulamos la misma pregunta: ¿Cómo será la vida aquí arriba?.

Las duras condiciones invernales del piso Crioromediterráneo en el Macizo del Lobo.


Un día de julio cualquiera de un año cualquiera caminando de nuevo por uno de los cuatro cordales del entorno del Pico del Lobo. Lo que antes era nieve ahora es una pradera de pasto muy ralo que a duras penas cubre el suelo. Nos encontramos en el nivel superior de las cumbres, a 2.200 metros de altitud; es decir en el piso bioclimático Crioromediterráneo.   

A esta altitud la nieve lo cubre todo durante más de medio año. Cuando no hay nieve y hielo, el viento casi constante y una fuerte insolación, se convierten en nuevos agentes limitantes para la vida. Hemos de tener en cuenta que pese a las elevadas precipitaciones que se registran en la alta montaña, el ambiente que han de soportar animales y plantas es de una aridez extrema. No hay agua tan arriba y el hielo, el viento y el sol lo resecan todo.

Este terreno tan desprotegido, tan solo puede ser colonizado por lo tanto por el pastizal de altura de la especie Festuca indigesta. Son pastizales ralos de escasa cobertura del suelo y se conocen como pastos psicroxerófilos.






Pastizal psicroxerófilo entre los 2.100 y los 2.200 metros de altitud.

 
Las laderas que descienden a ambos lados del cordal culminante presentan una clara disimetría. En la vertiente de solana, a tan solo 50 metros por debajo de donde nos encontramos, las condiciones ya no son tan extremas y comienza el reino del matorral de alta montaña; los piornales de Cytisus oromediterraneus. Los piornales son por cierto muy ricos en pequeñas aves adaptadas a vivir en el matorral de alta montaña (pechiazul, acentor alpino,...).

En el borde del piornal con el pastizal de altura, nos sorprenderá una llamativa planta de gran porte: la Gentiana lutea.




Gentiana lutea, especie muy conocida de la alta montaña.

                       
Si descendemos de nuevo del cordal de cumbres unos 50 metros, pero esta vez por la vertiente de umbría, nos podremos asomar al borde superior de algún circo glaciar y deleitarnos con el planeo de los buitres que en verano asientan sus colonias en alguna de las paredes verticales de los circos.

Pero retornemos al ralo pastizal de cumbres que nos ocupa en esta ocasión. Si nos fijamos detenidamente en la disposición y forma de crecer del césped de altura, nos daremos cuenta que este lo hace siguiendo pequeñas líneas horizontales a favor de pendiente o bien formando guirnaldas. Son las terrazillas y las guirnaldas de césped periglaciares.


Terracillas periglaciares.




 
Estamos contemplando por lo tanto una importante huella de nuestro pasado geológico; el modelado periglaciar. Con climas extremos de tundra, el frío intenso activó mecanismos de acción erosiva provocados por el hielo. Los intensos procesos de hielo-deshielo provocaron contracciones y dilataciones del terreno. En el subsuelo había una capa de hielo permanente (permafrost). El hielo hace aumentar el volumen por lo que el suelo se levantaba formando continuos abombamientos. Al deshelarse el mismo, la superficie volvió a contraerse, pero los céspedes de altura tan solo colonizan los bordes de estas pequeñas superficies de tierra antaño levantadas, formando según los casos una sucesión de terracillas y de guirnaldas.


                                  Guirnaldas de césped.
 
De mayor envergadura son las lenguas de solifluxión que nos podemos encontrar dispersas por el piso de alta montaña. Su origen responde igualmente a un desplazamiento del terreno fruto de la acción prolongada del hielo (modelado periglaciar) pero en este caso en laderas de cierta inclinación. Se reconocen cuando vemos un descalzamiento en la pradera de altura: masas de pequeños cantos empastados en arcilla que fluyeron ladera abajo saturadas de agua fruto de un intenso deshielo. En el lugar donde se produjo el movimiento de tierras, se aprecia una marcada concavidad en la pradera.



                               Lengua de solifluxión.

 
De presencia mucho más escasa en la Europa meridional, y en el Macizo del Lobo de carácter puramente testimonial, son los suelos poligonales. Sin duda alguna se trata de una de las formaciones periglaciares más llamativas y es un auténtico privilegio el poder contemplar esta formación en una alta montaña tan alejada de la tundra del Círculo Polar Ártico.

En este caso, el hielo  produjo un abombamiento y posterior hundimiento del terreno originando una sucesión de llamativos polígonos o pentágonos separados por grietas, tierra o cantos de pequeño tamaño. Dicha formación resulta muy curiosa ya que se asemeja a un fragmento de calle adoquinada o empedrada pero creada por el hielo. Resulta sorprendente que en algunos casos los polígonos presentan formas geométricas perfectas y el tamaño de los mismos puede variar de unos centímetros a varios metros. Los escasos vestigios de suelos poligonales presentes en el Macizo del Lobo, Peñalara, Urbión, Neila o la Sierra Cebollera, presentan por lo general polígonos de formas muy irregulares.

Escasa presencia de suelos poligonales en el Macizo del Lobo.
 

 
Si ahora nos fijamos en las diminutas flores que cubren de manera dispersa los pastizales de altura, nos sorprenderá su variedad de colores, su pequeño tamaño y su aspecto rastrero a fin de protegerse de los agentes erosivos. Destacan especies como Armeria caespitosa, Minuartia recurva, Jasione crispa, Pilosella vahlii, Jurinea humilis,...


El endemismo Armeria caespitosa.
 
 
Encajada en las grietas de los escarpes rocosos del cordal montañoso habita un destacado endemismo. Una de las plantas mejor adaptadas al clima extremo de la alta montaña: la siempreviva (Sempervivum vicentei subsp. paui).

El endemismo Sempervivum vicentei subsp. paui
 
Al ser la alta montaña un medio disperso y fragmentado, son frecuentes los endemismos de flora, dada la gran distancia que en ocasiones han de recorrer las distintas especies para encontrar un hábitat de características similares. Las altas cumbres suponen igualmente un importante refugio para  especies de flora boreo-alpina y eurosiberiana que a estas latitudes encuentran uno de sus últimos reductos de distribución a nivel mundial.

La Garra de Satán (Phyteuma hemisphaericum) es una especie boreo-alpina.

 
Un curioso habitante de los pastizales psicroxerófilos y al cual no le importa ni lo mas mínimo vivir a 2.200 metros de altitud, es al topillo nival. Este topillo de las altas cumbres, pasa el invierno enterrado bajo una gruesa capa de nieve bien cargado de provisiones y sin duda alguna es un selecto habitante de la alta montaña centroeuropea. En el Sistema Central y Sierra Nevada encuentra sus refugios más meridionales.
 
Galerías de topillo nival visibles tras derretirse un nevero a primeros de julio.

                      
CONCEPTOS CLAVE:


-Piso Crioromediterráneo.

-Pasto psicroxerófilo.

-Modelado periglaciar.

-Guirnaldas de césped.

-Terracillas cespitosas.

-Lenguas de solifluxión.

-Suelos poligonales.

-Flora boreo-alpina y eurosiberiana.

 

 

viernes, 24 de octubre de 2014

LAS TURBERAS: UN PARAÍSO BOTÁNICO DEL PASADO

A aquellos a los que les gusta escudriñar en los mapas topográficos, no les resultará difícil encontrarse con topónimos de parajes o incluso de municipios que hagan alusión a términos tales como: tremedal, trampal, bonal, gotial, hoya, paular, cenagal, bustar… Pero, ¿Qué tienen en común todos ellos?. Tan variada terminología hace referencia al complejo, heterogéneo y poco conocido mundo de las turberas.

            Una turbera la podríamos definir como un terreno de mal drenaje en el cual se producen unas condiciones de encharcamiento permanente. Se trata por lo tanto de medios pantanosos en donde se genera una importante acumulación de restos de materia orgánica o turba.
En las turberas la descomposición de la materia orgánica es muy lenta. Tanto es así, que se produce un importante desequilibrio entre el mayor aporte al suelo de restos vegetales, frente a los escasos procesos de descomposición que sufren dichos restos vegetales. 

Si caminamos por la montaña no nos resultará difícil reconocer una turbera ya que veremos una pradera con tierra de color muy negro (la turba), generalmente encharcada y mucho más verde que el terreno circundante. Si tratamos de caminar sobre ella, lo cual es del todo desaconsejable dado que correremos el riesgo de hundirnos, percibiremos que su inestable suelo  tiembla y que de sus aguas superficiales emana un desagradable olor.



       Aspecto general de una turbera ácida.

El hecho de contar con aguas estancadas en donde se produce una descomposición tan lenta de la materia orgánica, propicia que en las turberas apenas haya oxígeno y que los suelos posean un elevado índice de acidez.

El encharcamiento casi permanente, la escasez de oxígeno, la elevada acidez del suelo y el ambiente frío de montaña en donde se localizan las turberas, dificulta seriamente la supervivencia de las plantas.

Sin embargo, las turberas rebosan vida ya que las plantas que las colonizan, se encuentran perfectamente adaptadas a vivir bajo estas condiciones tan limitantes y en todas las turberas podremos encontrarnos prácticamente con las mismas especies. Se trata de especies de flora boreo- alpina o en su caso eurosiberiana; es decir especies que tienen su óptimo en el círculo polar ártico o en las montañas del centro y norte de Europa.


Pranassia palustris: especie abundante en las turberas y una de las últimas en florecer.


La posición meridional de la Península Ibérica en el contexto de Europa, le confiere un alto valor añadido a las turberas aquí presentes, al suponer el límite de distribución mundial de muchas de las especies de flora presentes en sus turberas.

La evolución natural de una turbera es hacia su desaparición por una paulatina desecación de la misma. Ello conlleva la pérdida de una serie de especies de flora que en muchas ocasiones poseen un ámbito de distribución muy reducido. Por así decirlo, las turberas son medios residuales que tienen su óptimo en ambientes fríos de alta montaña y en las áreas de tundra de latitudes septentrionales.

Pese a que todas las turberas son medios con suelos muy ácidos, en función de la flora que las coloniza, podemos distinguir entre turberas ácidas y turberas básicas. En terrenos calcáreos, las aguas que afloran en superficie poseen un diferente grado de dureza y ello propicia que las especies de flora presentes en las llamadas “turberas básicas” se diferencien bastante de las especies presentes en las turberas ácidas.

            Aunque en apariencia, una turbera nos pueda parecer un espacio reducido y homogéneo, en realidad el interior de una turbera forma un complejo mosaico en el cual nos encontramos con multitud de situaciones diferentes en función del grado de encharcamiento de la misma.

En el interior de una turbera de las llamadas “ácidas” y allí en donde el grado de encharcamiento es mayor, la pobreza de nutrientes es tal, que incluso los musgos encuentran dificultades para sobrevivir; a excepción de los esfagnos. El esfagno (Sphagnum sp.) es un género de musgos adaptados a colonizar precisamente los lugares de mayor encharcamiento en el interior del mosaico que forma una turbera.


Abombamiento periglaciar en una comunidad de Sphagnum sp.


El género Sphanum lo constituyen diversas especies de musgos tan solo reconocibles entre ellas a nivel de microscopio. Es frecuente encontrarnos con abombamientos de esfagnos en el interior de las turberas fruto del deshielo de antiguas superficies de suelo helado o permafrost (cuando en el pasado, incluso en el sur de Europa hubo climas de tundra).

En el interior de las comunidades de Sphagnum destacan especies tan interesantes como la planta carnívora conocida como “atrapamoscas” (Drosera rotundifolia) o como el Triglochin palustris.



                     Atrapamoscas (Drosera rotundifolia).


En las turberas básicas el cortejo florístico es muy diferente ya que no hay Sphagnum sp. ni tampoco Drosera rotundifolia, siendo ocupado su lugar por comunidades de juncos y grandes herbáceas o cárices, entre los cuales destaca el llamativo “junco lanudo” o “algodón de los pantanos” (Eriophorum latifolium).



Turbera básica con población de junco lanudo (Eriophorum latifolium).


En el interior de las turberas, hay en ocasiones hoyas y pocetas. Las hoyas son puntos de afloramiento de agua en donde esta permanece continuamente estancada formando pequeñas lagunillas. Las pocetas son pozos de agua estancada y a veces son bastante profundos (*).



                   Poceta en el interior de una trubera.


Las turberas evacuan el agua a través de arroyuelos en donde podemos encontrarnos con ricas comunidades florísticas de juncos y grandes herbáceas o cárices (Carex echinata, Carex nigra,…); son los juncales higroturbusos. Destacan especies tan llamativas como Dactylorhiza maculata,  Lychnis flos-cuculi, Cardamime pratensis, Viola palustris, Myosotis stolonifera,…


    Cuclillo de los pantanos (Lychnis flos-cuculi).

                                              
En los sectores de la turbera en donde el grado de encharcamiento es menor, se produce la transición hacia los prados húmedos. Se conocen como prados higroturbosos y  se caracterizan por su alta y densa hierba, resultando difícil en ocasiones discernir el límite entre un prado húmedo y una pradera higroturbosa ya que en ellas conviven algunas especies de flora que no son propiamente de turberas, como por ejemplo Filipendula ulmaria, Genista anglica, Pedicularis schizocalyx,…

En turberas básicas, los prados higroturbusos en ocasiones se encuentran completamente colonizados por la herbácea Molinia caerulea (los llamados “prados de molinetas”).

En la turberas ácidas del piso de alta montaña aparece una interesantísima comunidad dominada por el “brezo de las turberas” (Erica tetralix). Son los conocidos como brezales higroturbosos y junto a Erica tetralix destaca la presencia de Drosera rotundifolia, Parnassia palustris y en los bordes de la comunidad el arándano (Vaccinium myrtillus).



                   Brezo de las turberas (Erica tetralix).


Como hemos visto, las turberas tienen su origen en medios de clima frío de tundra y de alta montaña. Su supervivencia está ligada por lo tanto a aquellos lugares en donde, pese a ya no existir unas condiciones idóneas para las mismas, la elevada pluviosidad y las bajas temperaturas las mantienen todavía activas; permitiéndonos disfrutar de especies de flora nada comunes en la Europa meridional. En la Península Ibérica estamos hablando por lo tanto de vestigios de época periglaciar; cuando a estas latitudes llegó a existir la tundra.

 En el Macizo de Ayllón las turberas están presentes en aquellos sectores más húmedos y fríos: Pico del Lobo, Tejera Negra, pinares del Alto Rey y Sierra de Pela. En esta última y dada su naturaleza calcárea, las turberas son basicas, mientras que en los restantes sectores del Macizo las turberas son todas ácidas. Dentro de las turberas ácidas de Ayllón también podríamos diferenciar un subgrupo con las turberas de alta montaña del Macizo del Lobo y La Buitrera en Tejera Negra (aproximadamente por encima de 1800 mts.) debido a una mayor presencia de especies de carácter boreal (Lycopodium clavatum, Huperzia selago,…) y a la aparición de las comunidades de brezales higroturbosos (brezo de las turberas).


               Dactylorhiza maculata



 En las inmediaciones de nuestra sierra, hay también interesantes turberas en los Montes Carpetanos y Peñalara, en los macizos de Gredos, en los Montes Universales (donde destacan especialmente por su riqueza botánica las turberas de Orea), en los macizos de Urbión, Neila, La Demanda,…y sin olvidarnos de las sorprendentes turberas de los Montes de Toledo y Ciudad Real.


(*) Fuera de las turberas también podremos encontrarnos con hoyas y pocetas; en el seno de pequeñas vaguadas o en rellanos del terreno y asociadas a los ambientes húmedos y fríos del interior de los hayedos, abedulares o pinares eurosiberianos. En estos casos, veremos igualmente la característica tierra negra de turba.


domingo, 25 de mayo de 2014

LOS ÚLTIMOS NEVEROS DE LAS ALTAS CUMBRES


Aún en la primera mitad de la década de los años 80 existían en las más altas cumbres de la Sierra de Ayllón las nieves perpetuas. Recuerdos imborrables de mi infancia son aquellos dos neveros en las inmediaciones del Pico de la Buitrera o aquellos otros tres del Pico del Lobo (dos en las fuentes del Berbellido y otro sobre La Pinilla). Se trataba de manchas puntuales de nieve de un espesor lo suficientemente importante como para conseguir sobrevivir todo el verano hasta volver a alimentarse de nuevo con las nevadas del comienzo del otoño.

            Y si nos remontamos un poco más en el tiempo, a la década de los años 60 y anteriores, te cuentan los mayores de Cantalojas que en aquellos tiempos cuando se trillaba en agosto se veían desde el propio pueblo, algunas grandes manchas de nieve en las cumbres de La Sierra.

            En estos últimos treinta años, la inexorable disminución de las precipitaciones unido a un incremento de las temperaturas medias (especialmente durante los meses estivales), han propiciado la desaparición de los últimos neveros perpetuos tanto de la Sierra de Ayllón como de otras sierras circundantes: Guadarrama, Demanda, Urbión,…
Así en la actualidad, en torno al 15 o 20 de julio, terminan por derretirse los últimos ventisqueros del Pico del Lobo. Aunque esta circunstancia fluctúa considerablemente de unos años a otros según haya sido el volumen de precipitaciones en forma de nieve a lo largo del invierno y según sean de altas las temperaturas durante los meses de mayo y junio. Así por ejemplo, el pasado año 2013 la última mancha de nieve desapareció el 15 de agosto y otros años sin embargo este hecho se produce en torno al 20 de junio.

            Si algo caracteriza a los neveros o ventisqueros es que pese a desparecer en verano, todos los años se forman en los mismos lugares y lo único que varía anualmente son sus metros de espesor, en función de cómo hemos comentado anteriormente, el volumen de las nevadas invernales y de lo elevadas que sean las temperaturas en el último tramo de la  primavera.
Es como si tuvieran vida propia y perfectamente podríamos cartografiarlos y medirlos anualmente. De hecho, algunos de ellos incluso tienen nombre propio.


Ventisquero inferior del Pico del Lobo; uno de los dos últimos en derretirse. Situado a 2.080 metros de altitud, a primeros de julio todavía puede llegar a contar con casi dos metros de espesor de hielo. La lenta fusión de este nevero alimenta una valiosa turbera que se ubica justo en su parte inferior.



Los neveros o ventisqueros son aquellos lugares de las cumbres de las montañas en donde año tras año se acumulan los mayores espesores de nieve y suelen coincidir con las cornisas de los circos y nichos glaciares. No es nieve propiamente dicha, sino nieve de nevé; es decir un estadio intermedio en la formación del hielo y por lo tanto posee una mayor dureza que la nieve al encontrarse mucho más compacta, fruto de la continua acumulación de nieve (ver entrada del blog de enero de 2014).
Los neveros por lo general tienen forma estrecha y alargada y suelen estar adosados a las paredes verticales de los circos y nichos glaciares. Presentan unos espesores de hielo muy variables, aunque por lo general su espesor medio es de dos a tres metros. Una pronunciada grieta, también llamada rimaya,  separa a los neveros de los escarpes de roca adyacentes.

Si existe un nombre apropiado para designar a los neveros es precisamente el de ventisqueros ya que su origen se debe a la importante acumulación de nieve que tiene lugar  a sotavento de los más elevados cordales montañosos. El viento predominante del Noroeste barre la nieve recién caída y la acumula principalmente en la parte superior o cornisas de los circos glaciares situados en la cara Este de las montañas. De hecho la mayor parte de los circos y nichos glaciares de la Sierra de Ayllón presentan orientaciones Este o Sureste.

Cuando en verano la nieve desaparece por completo de las montañas aun así podremos saber perfectamente donde se encontraban los neveros. El color más claro de la tierra e incluso de las propias rocas y la escasa presencia de vegetación nos delatan donde se han estado acumulando los mayores espesores de nieve.

No obstante, un ventisquero crea su propio nicho ecológico y si bien es cierto que en la parte superior de los neveros la vegetación es escasa, no ocurre lo mismo en la base o parte inferior de los mismos. El hielo se va derritiendo poco a poco y siempre desde la parte inferior del ventisquero. En este punto, la tierra se encuentra muy empapada y además el propio nevero ha estado protegiendo al suelo durante largos meses de las inclemencias meteorológicas de la alta montaña: frios intensos, fuerte viento, elevada insolación,… Cuando se derrite un ventisquero, en la parte inferior del mismo se produce una muy rica y variada floración de especies propias de la alta montaña. Se trata de flores muy llamativas y de gran tamaño; auténticas especialistas de la alta montaña tales como la Gentiana lutea, el Senecio pyrenaicus, el Doronicum carpetanum, el Polygonum alpinum…

Destacada floración tras la fusión de uno de los principales neveros de la Sierra Cebollera. Situado en la base del cortado de un nicho glaciar, en la foto podemos apreciar especies de flora típicas de la alta montaña tales como: Gentiana lutea, Cryptogramma crispa o los endemismos Digitalis purpurea (subespecie carpetana) y Senecio pyrenaicus (subespecie carpetanus).



Otra faceta destacada de los neveros fue su aprovechamiento económico en aquellos tiempos en los cuales todavía no existían frigoríficos en las viviendas. En la vecina Sierra de Guadarrama, dada la gran proximidad a la  urbe de Madrid, se trazaban caminos carreteros hasta la base de los neveros y se construían cercados de piedra rodeándolos para retrasar su fusión. El hielo era transportado en carros hasta la ciudad y estos ilustres neveros cuentan incluso con nombre y apellidos: el Ventisquero de la Condesa, el Ventisquero del Algodón,…


Los neveros de la Sierra de Ayllón los podemos encontrar en los tres macizos de cumbres donde se superan los 2.000 metros de altitud y la inmensa mayoría de los mismos se localizan en la cara Este de las montañas. Hay muchos neveros pero los más destacados son:

En la Sierra Ocejón, la última mancha en fusionarse es la del Nevero de Peñas Verdes, situado en el Cerro del Campo y dada la orientación meridional de la Sierra del Ocejón se suele derretir hacia el 15 de mayo.

 En la Sierra de Tejera Negra destacan el Ventisquero del Pico del Granero, que suele derretirse hacia el 1 de junio y tres ventisqueros que hay en las inmediaciones del Pico de La Buitrera (el Alto Cervunalillo) y que suelen permanecer hasta el 15 junio. Dos de ellos incluso eran neveros perpetuos en los años 80, como pude constatar personalmente en varias ocasiones; con espesores de hasta 2 metros a finales del mes de julio.

En el Macizo del Lobo dada su mayor altitud, es en donde hay mas neveros e igualmente son los últimos en fusionarse. Hacia el 1 de julio se derriten los dos últimos neveros del Cerrón. Aproximadamente por esas fechas se derriten también los tres ventisqueros principales del circo de Las Peñuelas, los cuatro de los circos glaciares de la Sierra Cebollera, los tres de La Buitrera de los Lobos y el del circo del Cervunal. Hasta el 10 julio suele aguantar el último ventisquero del Circo Glaciar de Cerezo, sobre La Pinilla (este igualmente era un nevero perpetuo) y hasta el 20 de julio suelen hacer lo propio los dos ventisqueros principales del Pico del Lobo. Estos son los 2 últimos en derretirse y todavía a primeros de julio se les puede ver a kilómetros de distancia (por ejemplo desde Albendiego o algunos años incluso desde Humanes). Los ventisqueros superior e inferior del Lobo son los de mayor tamaño de toda la comarca e igualmente antaño eran neveros perpetuos. Son los únicos que poseen ya una entidad similar a la de los neveros de Peñalara, la Cuerda Larga o el Pico Urbión y uno de ellos incluso aporta agua de fusión a una turbera situada en su base.




jueves, 3 de abril de 2014

LA DEPRESIÓN INTERIOR DE CAMPILLO DE RANAS: RECONSTRUCCIÓN GEOLÓGICA DEL ENTORNO DE LOS PUEBLOS NEGROS.


Los oriundos de cualquiera de los seis pueblos negros, conocidos así por el empleo masivo de la pizarra como elemento constructivo de sus viviendas, denominan a su terruño La Sierra.
Sin embargo, llama la atención la proximidad geográfica existente entre estos  núcleos de población y el escaso desnivel topográfico que han de salvar para comunicarse entre unos pueblos y otros. Este hecho propicia que se encuentre muy extendido entre los más jóvenes y entre aquellos que se instalaron a vivir procedentes de las ciudades, el referirse coloquialmente a su entorno cotidiano como El Valle.
Otra percepción muy distinta es la que tienen los habitantes de aquellos terrenos más montañosos que se localizan próximos a los pueblos negros. Así por ejemplo, para los de El Cardoso de la Sierra,…aquello es La Campiña.

            Sierra, valle, campiña,…¿Quien tiene razón?. Pues todos tienen su parte de razón: es sierra ya que pese a tratarse de una depresión del terreno, forma parte de la estructura tectónica de la Cordillera Central. Es valle porque el Río Jarama tiene su salida natural por un costado de dicha depresión y a su vez es campiña ya que en la parte meridional de la depresión existe un importante paquete de sedimentos de características algo similares a los de la campiña de Uceda y Puebla de Beleña.




                                              
1: Fosa tectónica de Majaelrayo-Campillo de Ranas (pizarras negras con intercalaciones de areniscas), 2: Abanico aluvial (conglomerados de cuarcitas en matriz arcillosa), 3: Bloque levantado de la Sierra del Ocejón (pizarras negras), 4: Línea de escarpes (banda de cuarcitas).



Hemos de tener en cuenta que el paisaje que actualmente podemos ver en el entorno de Campillo de Ranas y Majaelrayo responde a un complejo e intenso ciclo erosivo que a día de hoy es inapreciable, pero que a escala geológica y en condiciones climatológicas muy distintas a las actuales, propició un importante proceso de desmantelamiento de la cordillera montañosa.

Para ello nos tenemos que remontar a unos 24 millones de años atrás.  Durante la Orogenia Alpina nació una importante cordillera montañosa; el actual Sistema Central. Pero en realidad esta cordillera emergente lo que hizo fue levantar una serie de materiales muy antiguos que formaban parte de una cordillera anterior de proporciones mucho mayores: la Cordillera Hercínica, que había quedado completamente arrasada por la erosión y se encontraba sumergida bajo las aguas.

Los materiales que formaban parte de la extinguida Cordillera Hercínica sufrieron un importante proceso de transformación o metamorfización previo a su levantamiento con la nueva cordillera. Estos materiales no son otros que las pizarras, esquistos y cuarcitas que a día de hoy confieren un rasgo de personalidad propio tanto a los pueblos negros como a toda la comarca de la Sierra de Ayllón.

Como hacemos referencia a materiales antiguos pertenecientes a la era Paleozoica, dichos materiales no fueron capaces de soportar la presión del empuje que se llegó a ejercer durante el proceso de levantamiento de la nueva cordillera y terminaron fracturándose. De este modo los pliegues de la primitiva Cordillera Hercínica, que formaban estructuras anticlinales y sinclinales, quedaron fracturados en diversos bloques; levantándose algunos bloques y hundiéndose otros.

Según la opinión de las investigaciones más recientes, la depresión interior de Campillo de Ranas tendría su origen precisamente en uno de estos bloques hundidos; una fosa tectónica de dirección Norte-Sur establecida sobre una antigua estructura plegada (conocida como Sinclinal de Majaelrayo) y flanqueada por dos bloques levantados situados a ambos costados: La Sierra del Alto Jarama al Oeste y la Sierra del Ocejón al Este.



                                                  
1: Bloque levantado de la Sierra del Alto Jarama 2: Banda de cuarcitas (pliegue hercínico fracturado del San Cristóbal) 3: Plataforma de conglomerados (superficie de pre-raña) 4: Abanico aluvial (ligera rampa de conglomerados) 5: Vallecillo colgado de El Espinar (curso de agua abandonado) 6: Primeras rampas de las laderas de la Sierra del Ocejón.



A la par del levantamiento de la nueva Cordillera se iniciaron los procesos de erosión y desgaste de la misma. Como hemos mencionado anteriormente, nos encontramos en un sector montañoso compuesto principalmente por diferentes tipos de pizarras y cuarcitas.
La pizarra es un material muy poco resistente a la erosión y termina desagregándose en finas láminas. Sin embargo, la cuarcita es un material que presenta una mayor resistencia a la erosión.

El relieve resultante con este tipo de litologías es el de una sucesión de bandas longitudinales de dirección Norte-Sur compuestas por las duras cuarcitas. Se trata de alineaciones muy escarpadas y suelen presentar restos de los antiguos plegamientos fracturados (Como en el Cerro San Cristóbal).
Estas estrechas bandas de cuarcita separan a su vez a otras bandas bastante más extensas superficialmente y compuestas por las deleznables pizarras; formando estas últimas parte de los sectores más erosionables como son las laderas de las montañas o los fondos de valle.   

En las montañas que custodian por ambos flancos a la fosa tectónica de Campillo se aprecia muy bien este tipo de relieve cuarcítico escarpado (conocido como Relieve Apalachense). Las superficies culminantes del Pico Ocejón al Este de la fosa y de los picos de La Tornera, el San Cristóbal o el cresterío de La Centenera, al Oeste de la misma, están compuestas por cuarcitas y en tanto que en las laderas que descienden por la cara Oeste de la Sierra del Ocejón y así como en el propio fondo de la fosa tectónica, la litología es pizarrosa.
                                   


1: Relieve apalachense con la alternancia de abruptos crestones cuarcíticos y laderas pizarrosas de pronunciadas pendientes, 2: Plegamiento fracturado del Cerro de San Cristóbal, 3: Transición entre superficie de raña y abanico aluvial.



Los ríos y arroyos que vemos en la actualidad son muy recientes en el tiempo; de la era cuaternaria.
En terrenos montañosos en donde se sucede la alternancia de unos materiales más resistentes con otros de naturaleza más blanda, la red hidrográfica ha ido encajándose en las propias fracturas del terreno.
De este modo, los dos ríos presentes en la depresión de Campillo: el Jarama y el Jaramilla, no llegaron a modificar en demasía el relieve preexistente sino que se encajaron en una importante falla estructural de dirección Norte-Sur: el eje estructural Jaramilla-Jarama. Dicha falla marca la separación entre dos importantes bloques tectónicos: el Anticlinal de El Cardoso (bloque levantado) y el Sinclinal de Majaelrayo (bloque hundido).

El Jaramilla y el Jarama no discurren por lo tanto por el fondo del valle en donde se sitúan los pueblos de la arquitectura negra, sino que hacen lo propio por el límite occidental de la fosa tectónica, encajados en una profunda y agreste hoz: la estrecha banda logitudinal Norte-Sur de roca cuarcítica que delimita ambos bloques tectónicos.     

Los habitantes de los pueblos negros, viven por así decirlo en una especie de valle colgado; a los pies de la Sierra del Ocejón pero 200 metros por encima de la hoz por donde discurren los ríos Jaramilla y Jarama.

Los arroyos que descienden por la ladera occidental de la Sierra del Ocejón: La Matilla, El Soto y El Corvejón, atraviesan dicho valle colgado en donde se sitúan los pueblos en dirección Oeste, para confluir en las aguas de los ríos Jaramilla y Jarama.

El Arroyo de La Matilla al norte de Majaelrayo, cumple perfectamente con esta premisa; recogiendo las aguas de diversos arroyos que bajan de la montaña para confluir con el Jaramilla entre los cerros del Reajo de las Yeguas y el Cabeza de Ranas. Este último cerro, situado al pie de Campillo de Ranas, es en realidad un pequeño relieve residual perteneciente al bloque levantado del Anticlinal de El Cardoso.




1: Relieve residual del Cabeza de Ranas, 1493 m. (curiosamente perteneciente al bloque levantado del Anticlinal de El Cardoso, pese a localizarse en la orilla contraria de la Hoz del Jaramilla y encontrarse más próximo al bloque de la Sierra del Ocejón), 2: Parte culminante del depósito aluvial de conglomerados entre El Espinar y Roblelacasa (superficie de pre-raña).


            Sin embargo, los Arroyos del Soto y El Corvejón, a diferencia del de La Matilla no buscan directamente las aguas del Jarama para desaguar sino que realizan una extraña curva o cambio de dirección. Tras recoger las aguas de diversos arroyos menores que descienden por las laderas del Ocejón,  en lugar de continuar hacia el Oeste en busca del Jarama, giran bruscamente hacia el Sur para evitar un importante paquete sedimentario que les interrumpe el paso. Dicho paquete sedimentario forma una especie de “costra” de conglomerados muy duros que recubren la parte meridional de la fosa tectónica; justo al Sur del pueblo de Campillo de Ranas.

¿Pero como ha llegado hasta aquí esta potente paquete sedimentario de hasta 130 metros de espesor, depositado justo encima de las pizarras negras y que obligó incluso a los arroyos a cambiar de dirección al no poder erosionarlo?.

La disposición de este material sedimentario es horizontal y de aspecto muy compacto; casi inalterable a la erosión y forma una especie de plataforma culminante situada ligeramente por encima de los pueblos de Roblelacasa y El Espinar (en torno a los 1100 metros de altitud). Está compuesto por un  conglomerado a base de cantos rodados de cuarcita y en menor medida de cuarzos y pizarras, envueltos en una matriz arcillosa de un intenso color rojizo.

Para entender el origen de esta superficie un tanto ajena al ambiente pizarroso y marcadamente estructural en el que nos encontramos, hemos de retroceder en el tiempo entre 2 y 3 millones de años. Por aquel entonces todavía no existían los actuales ríos y el clima era semiárido o semidesértico.
Un clima marcado por la alternancia de largos períodos sin precipitaciones con otros de fuertes lluvias torrenciales (similares a la gota fría de la costa levantina).
Los importantes desniveles existentes y la escasez de vegetación propiciaron un intenso lavado de los suelos. Toneladas de material, con rocas de hasta un metro de diámetro, eran arrastradas por las laderas cada vez que se producían estos episodios de fuertes lluvias torrenciales.
Las montañas fueron literalmente descarnadas y todo este material arrastrado se iba depositando lentamente en el fondo de la depresión formando una dura costra de cantos rodados. Cantos rodados similares a los del lecho de un río actual.

            El resultado actual son unas llanuras arcillosas ligeramente inclinadas y situadas al piedemonte de las montañas; una especie de plataformas sobreelevadas muy pedregosas y que la red hídrica tuvo que sortear dejándolas aisladas.

           
                                               


 Depósito aluvial de conglomerados (cuarcitas y en menor medida cuarzos y pizarras envueltas en matriz arcillosa). Se aprecia muy bien el aspecto caótico que presentan los cantos rodados y la disparidad de tamaños de los mismos.


            En el entorno de los pueblos negros se reconocen tres pequeñas plataformas residuales de conglomerados: entre Roblelacasa y El Espinar (Jaralón-Las Moratillas), en la margen izquierda del Embalse de El Vado (Loma Rubia) y un diminuto afloramiento en La Vereda. Estas plataformas presentan una ligera inclinación de Oeste a Este, lo cual nos está indicando que el material arrastrado por la escorrentía procede del bloque levantado situado a occidente: anticlinal de las sierras de El Cardoso y Alto Jarama.
            
     Como hemos mencionado anteriormente, todavía no se habían encajado los ríos y curiosamente a día de hoy, estos depósitos de erosión se encuentran separados de sus montañas de origen por la hoz del Río Jarama; cuando realmente se encuentran más próximos a las laderas del Ocejón. Pero el material no procede precisamente de allí.

De hecho, por donde discurre la carretera de Campillejo a Campillo de Ranas hay un pequeño valle sin arroyo ninguno, de forma estrecha y alargada y que separa la superficie de conglomerados de la propia ladera de la Sierra del Ocejón. Se trata de un curso de agua abandonado; un vallecito colgado entre los arroyos del Soto y El Corvejón.

Si nos situamos en La Era del pueblo de El Espinar y miramos hacia el Ocejón, tenemos a nuestras espaldas el depósito de conglomerados con una superficie culminante casi plana. A continuación una ligera rampa arcillosa de coluviones en donde se sitúa el pueblo. A posteriori el vallecito colgado sin curso de agua por donde discurre la carretera hacia Campillo y al otro lado de la misma, comienzan ya las rampas de pizarras negras que ascienden a la Sierra del Ocejón.

Las plataformas de conglomerados son frecuentes en el piedemonte de aquellas montañas que poseen litologías a base de  pizarras y cuarcitas. Así por ejemplo las podemos encontrar en: la vertiente septentrional de la Sierra de Ayllón (Riaza y Madriguera), la vertiente meridional de la Sierra del Alto Rey (Hiendelaencina), la vertiente meridional de la Sierra del Alto Jarama (Uceda y  Puebla de Beleña), pero también en Sierra Morena, los Montes de Toledo,…

Reciben el nombre de rañas; topónimo extremeño que es empleado para definir a esta formación tan característica del piedemonte de las montañas de relieve apalachense del centro Peninsular.

No obstante, las superficies de raña del entorno de Campillo de Ranas y Hiendelaencia, plantean cierta problemática en su definición. En un principio no se dudaba en adscribirlos a este tipo de depósitos. En revisiones posteriores se dejaron de considerar como depósitos de raña. Sin embargo recientemente, en el Mapa Geológico editado por el Instituto Geológico y Minero, se reconoce la presencia de… “pequeños retazos de raña de escasa representación”.

¿En donde estriba pues la diferencia entre las pequeñas superficies de raña de la depresión de Campillo y los extensos depósitos de raña de Uceda y Puebla de Beleña?. La diferencia hemos de buscarla en la propia composición del conglomerado: el sedimento de las rañas de Campillo presenta un aspecto caótico y nada organizado de los depósitos; alternándose aleatoriamente cantos rodados de tamaños grandes, medianos y pequeños.
En las rañas de Uceda y Puebla de Beleña ocurre justo lo contrario; los cantos cuarcíticos presentan todos un tamaño similar y una disposición más ordenada.

Por así decirlo, los depósitos de raña de los pueblos negros no llegaron a finalizar totalmente su proceso de acumulación de material. El desmantelamiento erosivo de las montañas y su posterior acumulación, quedaron interrumpidos en un episodio intermedio o de transición entre la formación de abanicos aluviales y su culminación como depósitos de raña.

Paisajísticamente, las superficies de erosión próximas a Campillo de Ranas, son rañas y tanto en su morfología como en la composición de su material son prácticamente rañas, pero existe una diferenciación entre estos depósitos y los considerados como prototípicos de raña. Algunos autores no definen de ninguna manera clara y concisa a estas complejas superficies, mientras que otros si han reconocido su proximidad a los depósitos de raña. ¿Las podríamos denominar como “pre-rañas”?.



 1: Falla de Berzosa (separación entre los granitos de la Sierra de Guadarrama y las pizarras de la Sierra de Ayllón),  2: Banda de plegamientos cuarcíticos (La Pedrosa-Riscos del Coso-Pico del Águila-Cabeza de Cabida-San Cristóbal)
3: Eje estructural (encajamiento de los ríos Jaramilla y Jarama), 4: Banda de plegamientos cuarcíticos (Sierra del Ocejón-Loma Piquerinas-Navaluenga-Alto de las Mesas), 5: Depósitos de conglomerados o pre-raña (superficies de erosión en fase formación de depósitos de raña), 6: Vallejo colgado de El Espinar (arroyo abandonado), 7: Relieve residual del Cabeza de Ranas.
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A: Anticlinal de El Cardoso-Alto Jarama (bloque levantado), B: Sinclinal de Majaelrayo (fosa tectónica), C: Anticlinal del Ocejón (bloque levantado).

                                                     

CONCEPTOS CLAVE:

-Paleozoico.
-Cordillera Hercínica.
-Materiales metamórficos.
-Plegamientos.
-Estructura anticlinal y sinclinal.
-Orogenia Alpina.
-Fosa tectónica.
-Relieve apalachense.
-Falla estructural.
-Depósitos de raña.
-Abanicos aluviales.