Un día de enero cualquiera de un año
cualquiera caminando por uno de los cuatro cordales del entorno del Pico del
Lobo; el techo de la Sierra
de Ayllón con sus 2.274
metros de altitud.
Hace un día soleado y tranquilo aquí
en las alturas, aunque de vez en cuando viene una brisa de frío helador. El
cordal por el que caminamos se encuentra cubierto por una espesa capa de hielo
y nieve y todo a nuestro alrededor es de color blanco; el blanco de la nieve y
el azul del cielo.
Hay un silencio absoluto y no se
escucha ningún ave, ningún mamífero, tan solo el crujir de nuestros crampones
al caminar sobre el hielo. Parece como si la vida se hubiera paralizado aquí en
las alturas.
Nos asomamos al borde de un circo
glaciar para contemplar el gran espesor de hielo acumulado. Estamos sobre una
cornisa de hielo y hay que tener mucho cuidado. Clavas el mango del piolet y se
hunde por completo; es mejor retroceder unos pasos.
La parte superior del cordal es
estrecha y alargada y de vez en cuando asoman entre la nieve algunos escarpes
rocosos que se encuentran completamente cubiertos de hielo. El hielo ha sido
violentamente incrustado en las rocas a modo de cuchillos; es como si el viento
hubiese lanzado cuchillos de hielo.
Precisamente, disfrutando de un
magnífico día de sol invernal, nos damos perfecta cuenta de cuan terribles han
de ser las ventiscas a 2.200
metros de altitud. Y de nuevo nos formulamos la misma
pregunta: ¿Cómo será la vida aquí arriba?.
Un día de julio cualquiera de un año
cualquiera caminando de nuevo por uno de los cuatro cordales del entorno del
Pico del Lobo. Lo que antes era nieve ahora es una pradera de pasto muy ralo
que a duras penas cubre el suelo. Nos encontramos en el nivel superior de las
cumbres, a 2.200 metros
de altitud; es decir en el piso bioclimático
Crioromediterráneo.
A esta altitud la nieve lo cubre todo
durante más de medio año. Cuando no hay nieve y hielo, el viento casi constante
y una fuerte insolación, se convierten en nuevos agentes limitantes para la
vida. Hemos de tener en cuenta que pese a las elevadas precipitaciones que se
registran en la alta montaña, el ambiente que han de soportar animales y
plantas es de una aridez extrema. No hay agua tan arriba y el hielo, el viento
y el sol lo resecan todo.
Este terreno tan desprotegido, tan
solo puede ser colonizado por lo tanto por el pastizal de altura de la especie Festuca indigesta. Son pastizales ralos
de escasa cobertura del suelo y se conocen como pastos psicroxerófilos.
Las laderas que descienden a ambos
lados del cordal culminante presentan una clara disimetría. En la vertiente de
solana, a tan solo 50
metros por debajo de donde nos encontramos, las
condiciones ya no son tan extremas y comienza el reino del matorral de alta
montaña; los piornales de Cytisus oromediterraneus.
Los piornales son por cierto muy
ricos en pequeñas aves adaptadas a vivir en el matorral de alta montaña
(pechiazul, acentor alpino,...).
En el borde del piornal con el
pastizal de altura, nos sorprenderá una llamativa planta de gran porte: la Gentiana lutea.
Si descendemos de nuevo del cordal de
cumbres unos 50 metros ,
pero esta vez por la vertiente de umbría, nos podremos asomar al borde superior
de algún circo glaciar y deleitarnos con el planeo de los buitres que en verano
asientan sus colonias en alguna de las paredes verticales de los circos.
Pero retornemos al ralo pastizal de
cumbres que nos ocupa en esta ocasión. Si nos fijamos detenidamente en la
disposición y forma de crecer del césped de altura, nos daremos cuenta que este
lo hace siguiendo pequeñas líneas horizontales a favor de pendiente o bien
formando guirnaldas. Son las terrazillas
y las guirnaldas de césped
periglaciares.
Estamos contemplando por lo tanto una
importante huella de nuestro pasado geológico; el modelado periglaciar. Con
climas extremos de tundra, el frío intenso activó mecanismos de acción erosiva
provocados por el hielo. Los intensos procesos de hielo-deshielo provocaron
contracciones y dilataciones del terreno. En el subsuelo había una capa de
hielo permanente (permafrost). El hielo hace aumentar el volumen por lo que el
suelo se levantaba formando continuos abombamientos. Al deshelarse el mismo, la
superficie volvió a contraerse, pero los céspedes de altura tan solo colonizan
los bordes de estas pequeñas superficies de tierra antaño levantadas, formando
según los casos una sucesión de terracillas y de guirnaldas.
De mayor envergadura son las lenguas
de solifluxión que nos podemos encontrar dispersas por el piso de alta montaña.
Su origen responde igualmente a un desplazamiento del terreno fruto de la
acción prolongada del hielo (modelado periglaciar) pero en este caso en laderas
de cierta inclinación. Se reconocen cuando vemos un descalzamiento en la
pradera de altura: masas de pequeños cantos empastados en arcilla que fluyeron
ladera abajo saturadas de agua fruto de un intenso deshielo. En el lugar donde
se produjo el movimiento de tierras, se aprecia una marcada concavidad en la
pradera.
De presencia mucho más escasa en la
Europa meridional, y en el Macizo del Lobo de carácter puramente testimonial,
son los suelos poligonales. Sin duda alguna se trata de una de las formaciones
periglaciares más llamativas y es un auténtico privilegio el poder contemplar
esta formación en una alta montaña tan alejada de la tundra del Círculo Polar
Ártico.
En este caso, el hielo produjo un abombamiento y posterior
hundimiento del terreno originando una sucesión de llamativos polígonos o
pentágonos separados por grietas, tierra o cantos de pequeño tamaño. Dicha
formación resulta muy curiosa ya que se asemeja a un fragmento de calle adoquinada
o empedrada pero creada por el hielo. Resulta sorprendente que en algunos casos
los polígonos presentan formas geométricas perfectas y el tamaño de los mismos
puede variar de unos centímetros a varios metros. Los escasos vestigios de
suelos poligonales presentes en el Macizo del Lobo, Peñalara, Urbión, Neila o
la Sierra Cebollera, presentan por lo general polígonos de formas muy
irregulares.
Si ahora nos fijamos en las diminutas
flores que cubren de manera dispersa los pastizales de altura, nos sorprenderá
su variedad de colores, su pequeño tamaño y su aspecto rastrero a fin de
protegerse de los agentes erosivos. Destacan especies como Armeria caespitosa, Minuartia
recurva, Jasione crispa, Pilosella
vahlii, Jurinea humilis,...
Encajada en las grietas de los
escarpes rocosos del cordal montañoso habita un destacado endemismo. Una de las
plantas mejor adaptadas al clima extremo de la alta montaña: la siempreviva (Sempervivum vicentei subsp. paui).
Al ser la alta montaña un medio
disperso y fragmentado, son frecuentes los endemismos de flora, dada la gran
distancia que en ocasiones han de recorrer las distintas especies para
encontrar un hábitat de características similares. Las altas cumbres suponen
igualmente un importante refugio para
especies de flora boreo-alpina y eurosiberiana que a estas latitudes
encuentran uno de sus últimos reductos de distribución a nivel mundial.
Un curioso habitante de los pastizales
psicroxerófilos y al cual no le importa ni lo mas mínimo vivir a 2.200 metros de
altitud, es al topillo nival. Este topillo de las altas cumbres, pasa el
invierno enterrado bajo una gruesa capa de nieve bien cargado de provisiones y
sin duda alguna es un selecto habitante de la alta montaña centroeuropea. En el
Sistema Central y Sierra Nevada encuentra sus refugios más meridionales.
Galerías de topillo nival visibles tras derretirse un nevero a primeros de julio. |
CONCEPTOS
CLAVE:
-Piso
Crioromediterráneo.
-Pasto
psicroxerófilo.
-Modelado
periglaciar.
-Guirnaldas
de césped.
-Terracillas
cespitosas.
-Lenguas
de solifluxión.
-Suelos
poligonales.
-Flora
boreo-alpina y eurosiberiana.