Como
se suele decir en estos casos, no son
todos los que están ni están todos los
que son, pero esta es una pequeña selección de árboles singulares de la
Sierra de Tejera Negra, en el Macizo de Ayllón.
Lamentablemente, la moda de
querer abrazarse a los árboles está haciendo mucho daño a nuestros queridos
ancianos de los bosques. Los representantes más genuinos de un pasado que ya no
volveremos a ver (en algunos casos para mal pero en otros para bien). Por eso
en esta pequeña selección el principal criterio que se ha seguido es el de
contar la historia de cuatro grandes árboles que no corran una seria amenaza en
caso de que se ponga “de moda” el ir a visitarlos; unos porque ya son de sobra
conocidos y otros porque en su entorno se encuentran lo suficientemente
protegidos.
Esta es la historia de las
vidas paralelas de cuatro árboles centenarios de Tejera Negra pertenecientes a cuatro
especies distintas. Unas vidas que conocieron, el fuego, el hacha, la ganadería,
el rayo,…contratiempos naturales a veces pero provocados por el hombre la mayor
parte de las veces.
Antes de seguir, recordaros
que si nos acercamos a los grandes árboles compactamos el suelo con lo que el
agua de la lluvia no penetra bien hacia las raíces y los árboles terminan secándose
y por lo tanto se mueren. Una vez y dos y tres…no pasa nada, pero somos miles
de millones de habitantes sobre la faz de la Tierra y con que a 1.000 de
nosotros se nos ocurra cada año acercarnos a un árbol centenario, este
lamentablemente morirá. Por eso por favor, NO
HAY QUE ABRAZARSE A LOS ÁRBOLES ya que ellos no necesitan de nuestro
cariño, solo que les dejemos en paz.
EL
TEJO DE LA SENDA DE CARRETAS (Taxus
baccata)
Este
tejo centenario se sitúa en la umbría del hayedo del Río Lillas, junto a la Senda de Carretas. En este tramo de
hayedo se practicó secularmente el carboneo, consistente en la corta a
matarrasa de la superficie forestal para la posterior quema de la madera en
grandes pilas de leña situadas sobre plataformas de piedra; las carboneras. Mediante la quema a fuego
lento de toda esta madera se obtenía el carbón vegetal, el cual era
transportado en carretas tiradas por tracción animal para posteriormente ser
vendido en los mercados de las villas y ciudades.
La ladera de hayedo donde se
ubica este tejo se encuentra surcado por varios caminos de carretas paralelos a
la pendiente y actualmente ya abandonados. Igualmente, aún hoy en día se
reconocen perfectamente las antiguas plataformas de piedra o carboneras.
En los bosques donde se
practicó el carboneo es difícil ver grandes ejemplares debido a la intensa
explotación que sufrieron los mismos e igualmente es difícil encontrarnos con
especies arbóreas diferentes a la especie dominante. Esto es lo que le ocurre a
nuestro tejo, un centenario ejemplar solitario y rodeado de una masa uniforme
de hayas de aspecto aparentemente juvenil fruto de la práctica del carboneo.
El tejo de la Senda de Carretas ha sobrevivido
milagrosamente, junto a un camino de carretas, a siglos y siglos de una intensa
explotación del monte por parte de la mano del hombre y no es por lo tanto
fruto de la casualidad. La madera de tejo, gracias a su gran flexibilidad,
antaño era muy preciada para tornear y en ebanistería. Las ramas del tejo
fueron además las más cotizadas para la fabricación de arcos, flechas, lanzas,…
El tejo es un árbol de
elevada toxicidad y su veneno ha sido empleado desde la antigüedad. Actualmente
el alcaloide de la taxina, procedente del tejo, es empleado para la curación de
diversos cánceres.
Es un árbol cargado de
mitología y fue considerado sagrado por numerosas tribus prerromanas, siendo frecuentemente
asociado al concepto de la muerte y el más allá; prueba de ello los tejos
centenarios que presiden los cementerios y ermitas de numerosos pueblos y
aldeas de montaña.
El tejo de la Senda de Carretas ha permanecido
inmutable al paso del tiempo, justo al borde del camino, porque aquellos carboneros que explotaron las hayas
durante siglos aprovecharon las
excelentes condiciones que les propiciaba la dura, resistente y flexible madera
del tejo para la fabricación de sus diversas herramientas, los ejes de sus carretas,...
EL
CEREZO DEL PUENTE (Prunus avium)
En
las juntas de los ríos Lillas y Zarzas se levanta un gran puente de pizarra y
junto a él hay un viejo y retorcido cerezo centenario; uno de los más grandes
de toda la Sierra de Ayllón.
Tras la unión de los ríos
Lillas y Zarzas, el río resultante pasa a denominarse Sorbe de la Hoz o Río de la Hoz y el entorno del fondo de
valle de estos ríos es el de amplias praderas del tipo de pasto cervunal en donde hace lo propio la extensa cabaña ganadera
de vacuno de Cantalojas.
Es un paraje de gran belleza
y de un destacado valor etnográfico: varios puentes compuestos por grandes
losas de pizarra cruzan estos ríos, aunque desgraciadamente algunos ya se
encuentran hundidos y en las laderas de pastizal aún se conservan en pie
algunas parideras o tainas de pizarra
con tejados de teja árabe.
Siempre ha sido un lugar de
gran tradición ganadera y de hecho, un cordel derivado de la Cañada Real
Soriana Occidental, procedente de Majaelrayo, cruza por uno de estos puentes.
El Puente del Cerezo es como se denominan tanto al paraje como al
puente donde se encuentra nuestro centenario protagonista.
Los cerezos silvestres, es
decir los que no han sido plantados por el hombre en sus huertos, son especies
acompañantes en los bosques de robles de áreas montañosas de clima
relativamente suave y lluvioso. En nuestra comarca los podemos encontrar
dispersos en el interior de los robledales de la Sierra del Cardoso o en las
manchas de robles del Valle del Sorbe (Valverde de los Arroyos, La Huerce,…).
Sin embargo en la Sierra de Tejera Negra no son nada frecuentes dado que las
condiciones climatológicas son más frías, siendo el Cerezo del Puente uno de
los escasísimos ejemplares presentes en el término de Cantalojas.
El cerezo silvestre es una
especie exigente en humedad y por lo tanto prefiere las proximidades a cursos
de agua o chortales (terrenos
fangosos) en el seno del robledal. El Cerezo
del Puente se encuentra también junto al cauce del río y la principal
misión que siempre ha tenido, dada su ubicación en una amplia pradera muy
pastoreada, ha sido la de dar sombra al ganado.
Su actual tamaño y
morfología nos delatan las antiguas podas que ha sufrido con la finalidad de
aportar ramas “tiernas” al ganado y de servir de lugar de sesteo al mismo. En la actualidad esta función de sombra ya no la
cumple y tras dejar de realizarse las periódicas podas de su copa, esta ha
perdido la forma redondeada que servía para dar sombra a las vacas.
EL
HAYA DE LA PRADERA DEL LILLAS (Fagus
sylvatica)
Este
gran ejemplar de haya situado al final de la amplia pradera de pasto cervunal del Valle del Lillas, con
más de 5 metros de circunferencia, puede presumir de ser el haya de mayor diámetro
de Tejera Negra.
Se ubica en cuesta, en un
terreno de brezal y a escasos metros de distancia del cauce del Río Lillas.
Aguas arriba del haya, el valle se cierra y un extenso hayedo cubre toda la
vertiente de umbría hasta las mismas fuentes del Río Lillas, al pie de La
Buitrera. Mientras que aguas abajo del haya singular, el valle se abre dando
comienzo a una larga pradera de fondo plano que continúa hasta sobrepasar la
junta con el Río Zarzas.
Este ejemplar centenario ha
conocido por lo tanto dos tipos de aprovechamientos antrópicos del monte muy
dispares: el aprovechamiento forestal del bosque de hayas y el ganadero de la
pradera de cervunal.
El hayedo de la cabecera del
valle del Lillas ha sido secularmente explotado en función de la propia
orografía del terreno: para carboneo en aquellas laderas más accesibles, para
entresacas de madera en los barrancos más abruptos o como bosque adehesado en
las laderas situadas en las inmediaciones del río.
Nuestro protagonista no se
encuentra solo y a escasos metros, en la entrada de un pequeño barranco, se
localizan otras 4 hayas de gran tamaño. Estos árboles centenarios son el último
vestigio de una antigua y pequeña dehesa de hayas hoy ya desaparecida. Las
dehesas son formaciones mantenidas por el hombre artificialmente pero si este
las abandona, el matorral y posteriormente los árboles jóvenes recolonizan
rápidamente el suelo de pastizal. Por eso hoy en día, en torno al haya
centenaria vemos un denso brezal y un joven hayedo.
Cuando el Haya de la Pradera del Lillas era joven,
formaba parte del borde de un hayedo ya casi en contacto con el río. Se talaron
los ejemplares que había a su alrededor y el haya al tener más sitio comenzó a
aumentar de diámetro. Al mismo tiempo y de forma periódica, su copa era podada
con lo cual el árbol adquiría un gran porte. Se convierte así en un árbol trasmochado de tronco grueso y gran copa
redondeada. Las podas periódicas de su copa nutren de gran cantidad de leña a
los vecinos del pueblo y bajo su sombra sestea
el ganado durante los meses de verano tras haber estado comiendo el pasto y
bebiendo del río cercano. Así lo que antaño era un bosque ahora es una pradera
en cuesta con grandes árboles dispersos.
Pero el gran árbol también
alimentaba al ganado: en primavera, cuando brotaban las hayas, estas comenzaban
a desarrollar nuevas ramas con hojas tiernas. Era el momento en el cual el
pastor se subía con un hacha a la copa del árbol y cortaba todas estas ramas
tiernas cayendo al suelo donde el ganado las esperaba impaciente para
alimentarse a base de hojas tiernas.
EL
ROBLE DE LAS GÜENSAS (Quercus pyrenaica)
Por la Loma de La Torrecilla, cordal que separa
los valles de los ríos Lillas y Zarzas, discurre en la actualidad el recorrido
de senderismo conocido como La Senda del Robledal. A ambas vertientes
de esta loma se desarrolla un robledal o melojar de Quercus pirenaica que en
algunos sectores se encuentra bastante bien conservado y cuenta con notables
especies acompañantes tales como: haya, abedul, serbal de cazadores, mostajo,
manzano silvestre, roble albar, tejo, acebo, enebro, sabina albar e incluso el
viburno (Viburnum lantana).
En las inmediaciones de La
Senda del Robledal, en una pronunciada vertiente de solana y entre pinos de
repoblación aterrazados, se localiza este gran roble melojo centenario
desafiando al tiempo y tras haber vivido multitud de cambios en el paisaje
vegetal de su entorno.
La Loma de La Torrecilla
discurre en dirección Este-Oeste con lo cual posee unas vertientes de solana y
umbría muy contrastadas. En la vertiente de umbría, mucho más húmeda, se ha
conservado mejor el bosque de robles ya que al disponer los árboles de una
mayor sombra y humedad su crecimiento era más rápido que en la ladera contraria
y se realizó un tipo de explotación que buscaba el obtener una mayor
rentabilidad del mismo: los robles eran entresacados para la obtención de leñas
pero no cortados a matarrasa.
En la ladera de solana el
crecimiento de los árboles es más lento y a eso hay que sumarle la pobreza del
suelo fruto de su naturaleza pizarrosa. El hombre se adaptó a estas condiciones
realizando una explotación del robledal muy distinta, mediante cortas a
matarrasa y quemas del matorral para la obtención de pastizal.
El
Roble de Las Güensas antaño se encontraba solitario en un terreno
de pastos; una ladera que era quemada periódicamente para eliminar el matorral
y a los nuevos rebrotes de melojos y obtener así pasto fresco para el ganado.
Sobrevivieron él y algunos pocos robles más con la finalidad de dar sombra al
ganado; como ejemplares de seteo.
Para que el roble centenario
cumpliera bien su finalidad de dar sombra, su copa era podada periódicamente y
su leña acarreada hasta el pueblo. Además, las ramillas finas eran cortadas
anualmente en primavera para que el ganado pudiera alimentarse de las hojas
tiernas recién brotadas; el ramoneo.
Tras el cese de la trashumancia
y el abandono de los montes, el bosque vuelve a recolonizar y hoy un monte bajo
de robles melojos y jaras estepas recubre la ladera. Previa a esta recuperación
natural, se realizaron unos desafortunados aterrazamientos con pinos
silvestres.
El gran roble, hoy en día
rodeado de pinos de repoblación, cumple una gran misión como refugio para la
fauna del bosque en las oquedades de su tronco.