sábado, 24 de septiembre de 2016

CUATRO ÁRBOLES SINGULARES DE TEJERA NEGRA:



Como se suele decir en estos casos, no son todos los que están ni están todos los que son, pero esta es una pequeña selección de árboles singulares de la Sierra de Tejera Negra, en el Macizo de Ayllón.
Lamentablemente, la moda de querer abrazarse a los árboles está haciendo mucho daño a nuestros queridos ancianos de los bosques. Los representantes más genuinos de un pasado que ya no volveremos a ver (en algunos casos para mal pero en otros para bien). Por eso en esta pequeña selección el principal criterio que se ha seguido es el de contar la historia de cuatro grandes árboles que no corran una seria amenaza en caso de que se ponga “de moda” el ir a visitarlos; unos porque ya son de sobra conocidos y otros porque en su entorno se encuentran lo suficientemente protegidos.
Esta es la historia de las vidas paralelas de cuatro árboles centenarios de Tejera Negra pertenecientes a cuatro especies distintas. Unas vidas que conocieron, el fuego, el hacha, la ganadería, el rayo,…contratiempos naturales a veces pero provocados por el hombre la mayor parte de las veces.
Antes de seguir, recordaros que si nos acercamos a los grandes árboles compactamos el suelo con lo que el agua de la lluvia no penetra bien hacia las raíces y los árboles terminan secándose y por lo tanto se mueren. Una vez y dos y tres…no pasa nada, pero somos miles de millones de habitantes sobre la faz de la Tierra y con que a 1.000 de nosotros se nos ocurra cada año acercarnos a un árbol centenario, este lamentablemente morirá. Por eso por favor, NO HAY QUE ABRAZARSE A LOS ÁRBOLES ya que ellos no necesitan de nuestro cariño, solo que les dejemos en paz.

EL TEJO DE LA SENDA DE CARRETAS (Taxus baccata)





Este tejo centenario se sitúa en la umbría del hayedo del Río Lillas, junto a la Senda de Carretas. En este tramo de hayedo se practicó secularmente el carboneo, consistente en la corta a matarrasa de la superficie forestal para la posterior quema de la madera en grandes pilas de leña situadas sobre plataformas de piedra; las carboneras. Mediante la quema a fuego lento de toda esta madera se obtenía el carbón vegetal, el cual era transportado en carretas tiradas por tracción animal para posteriormente ser vendido en los mercados de las villas y ciudades.
La ladera de hayedo donde se ubica este tejo se encuentra surcado por varios caminos de carretas paralelos a la pendiente y actualmente ya abandonados. Igualmente, aún hoy en día se reconocen perfectamente las antiguas plataformas de piedra o carboneras.  
En los bosques donde se practicó el carboneo es difícil ver grandes ejemplares debido a la intensa explotación que sufrieron los mismos e igualmente es difícil encontrarnos con especies arbóreas diferentes a la especie dominante. Esto es lo que le ocurre a nuestro tejo, un centenario ejemplar solitario y rodeado de una masa uniforme de hayas de aspecto aparentemente juvenil fruto de la práctica del carboneo.
El tejo de la Senda de Carretas ha sobrevivido milagrosamente, junto a un camino de carretas, a siglos y siglos de una intensa explotación del monte por parte de la mano del hombre y no es por lo tanto fruto de la casualidad. La madera de tejo, gracias a su gran flexibilidad, antaño era muy preciada para tornear y en ebanistería. Las ramas del tejo fueron además las más cotizadas para la fabricación de arcos, flechas, lanzas,…
El tejo es un árbol de elevada toxicidad y su veneno ha sido empleado desde la antigüedad. Actualmente el alcaloide de la taxina, procedente del tejo, es empleado para la curación de diversos cánceres.
Es un árbol cargado de mitología y fue considerado sagrado por numerosas tribus prerromanas, siendo frecuentemente asociado al concepto de la muerte y el más allá; prueba de ello los tejos centenarios que presiden los cementerios y ermitas de numerosos pueblos y aldeas de montaña.
El tejo de la Senda de Carretas ha permanecido inmutable al paso del tiempo, justo al borde del camino, porque aquellos carboneros que explotaron las hayas durante siglos aprovecharon  las excelentes condiciones que les propiciaba la dura, resistente y flexible madera del tejo para la fabricación de sus diversas herramientas, los ejes de sus carretas,...

EL CEREZO DEL PUENTE (Prunus avium)





En las juntas de los ríos Lillas y Zarzas se levanta un gran puente de pizarra y junto a él hay un viejo y retorcido cerezo centenario; uno de los más grandes de toda la Sierra de Ayllón.
Tras la unión de los ríos Lillas y Zarzas, el río resultante pasa a denominarse Sorbe de la Hoz o Río de la Hoz y el entorno del fondo de valle de estos ríos es el de amplias praderas del tipo de pasto cervunal en donde hace lo propio la extensa cabaña ganadera de vacuno de Cantalojas.
Es un paraje de gran belleza y de un destacado valor etnográfico: varios puentes compuestos por grandes losas de pizarra cruzan estos ríos, aunque desgraciadamente algunos ya se encuentran hundidos y en las laderas de pastizal aún se conservan en pie algunas parideras o tainas de pizarra con tejados de teja árabe.
Siempre ha sido un lugar de gran tradición ganadera y de hecho, un cordel derivado de la Cañada Real Soriana Occidental, procedente de Majaelrayo, cruza por uno de estos puentes.
El Puente del Cerezo es como se denominan tanto al paraje como al puente donde se encuentra nuestro centenario protagonista.
Los cerezos silvestres, es decir los que no han sido plantados por el hombre en sus huertos, son especies acompañantes en los bosques de robles de áreas montañosas de clima relativamente  suave y lluvioso.  En nuestra comarca los podemos encontrar dispersos en el interior de los robledales de la Sierra del Cardoso o en las manchas de robles del Valle del Sorbe (Valverde de los Arroyos, La Huerce,…). Sin embargo en la Sierra de Tejera Negra no son nada frecuentes dado que las condiciones climatológicas son más frías, siendo el Cerezo del Puente uno de los escasísimos ejemplares presentes en el término de Cantalojas.
El cerezo silvestre es una especie exigente en humedad y por lo tanto prefiere las proximidades a cursos de agua o chortales (terrenos fangosos) en el seno del robledal. El Cerezo del Puente se encuentra también junto al cauce del río y la principal misión que siempre ha tenido, dada su ubicación en una amplia pradera muy pastoreada, ha sido la de dar sombra al ganado.
Su actual tamaño y morfología nos delatan las antiguas podas que ha sufrido con la finalidad de aportar ramas “tiernas” al ganado y de servir de lugar de sesteo al mismo. En la actualidad esta función de sombra ya no la cumple y tras dejar de realizarse las periódicas podas de su copa, esta ha perdido la forma redondeada que servía para dar sombra a las vacas.


EL HAYA DE LA PRADERA DEL LILLAS (Fagus sylvatica)





Este gran ejemplar de haya situado al final de la amplia pradera de pasto cervunal del Valle del Lillas, con más de 5 metros de circunferencia, puede presumir de ser el haya de mayor diámetro de Tejera Negra.
Se ubica en cuesta, en un terreno de brezal y a escasos metros de distancia del cauce del Río Lillas. Aguas arriba del haya, el valle se cierra y un extenso hayedo cubre toda la vertiente de umbría hasta las mismas fuentes del Río Lillas, al pie de La Buitrera. Mientras que aguas abajo del haya singular, el valle se abre dando comienzo a una larga pradera de fondo plano que continúa hasta sobrepasar la junta con el Río Zarzas.
Este ejemplar centenario ha conocido por lo tanto dos tipos de aprovechamientos antrópicos del monte muy dispares: el aprovechamiento forestal del bosque de hayas y el ganadero de la pradera de cervunal.
El hayedo de la cabecera del valle del Lillas ha sido secularmente explotado en función de la propia orografía del terreno: para carboneo en aquellas laderas más accesibles, para entresacas de madera en los barrancos más abruptos o como bosque adehesado en las laderas situadas en las inmediaciones del río.
Nuestro protagonista no se encuentra solo y a escasos metros, en la entrada de un pequeño barranco, se localizan otras 4 hayas de gran tamaño. Estos árboles centenarios son el último vestigio de una antigua y pequeña dehesa de hayas hoy ya desaparecida. Las dehesas son formaciones mantenidas por el hombre artificialmente pero si este las abandona, el matorral y posteriormente los árboles jóvenes recolonizan rápidamente el suelo de pastizal. Por eso hoy en día, en torno al haya centenaria vemos un denso brezal y un joven hayedo.
Cuando el Haya de la Pradera del Lillas era joven, formaba parte del borde de un hayedo ya casi en contacto con el río. Se talaron los ejemplares que había a su alrededor y el haya al tener más sitio comenzó a aumentar de diámetro. Al mismo tiempo y de forma periódica, su copa era podada con lo cual el árbol adquiría un gran porte. Se convierte así en un árbol trasmochado de tronco grueso y gran copa redondeada. Las podas periódicas de su copa nutren de gran cantidad de leña a los vecinos del pueblo y bajo su sombra sestea el ganado durante los meses de verano tras haber estado comiendo el pasto y bebiendo del río cercano. Así lo que antaño era un bosque ahora es una pradera en cuesta con grandes árboles dispersos.
Pero el gran árbol también alimentaba al ganado: en primavera, cuando brotaban las hayas, estas comenzaban a desarrollar nuevas ramas con hojas tiernas. Era el momento en el cual el pastor se subía con un hacha a la copa del árbol y cortaba todas estas ramas tiernas cayendo al suelo donde el ganado las esperaba impaciente para alimentarse a base de hojas tiernas.

EL ROBLE DE LAS GÜENSAS (Quercus pyrenaica)





Por  la Loma de La Torrecilla, cordal que separa los valles de los ríos Lillas y Zarzas, discurre en la actualidad el recorrido de senderismo conocido como La Senda del Robledal. A ambas vertientes de esta loma se desarrolla un robledal o melojar de Quercus pirenaica que en algunos sectores se encuentra bastante bien conservado y cuenta con notables especies acompañantes tales como: haya, abedul, serbal de cazadores, mostajo, manzano silvestre, roble albar, tejo, acebo, enebro, sabina albar e incluso el viburno (Viburnum lantana).
En las inmediaciones de La Senda del Robledal, en una pronunciada vertiente de solana y entre pinos de repoblación aterrazados, se localiza este gran roble melojo centenario desafiando al tiempo y tras haber vivido multitud de cambios en el paisaje vegetal de su entorno.
La Loma de La Torrecilla discurre en dirección Este-Oeste con lo cual posee unas vertientes de solana y umbría muy contrastadas. En la vertiente de umbría, mucho más húmeda, se ha conservado mejor el bosque de robles ya que al disponer los árboles de una mayor sombra y humedad su crecimiento era más rápido que en la ladera contraria y se realizó un tipo de explotación que buscaba el obtener una mayor rentabilidad del mismo: los robles eran entresacados para la obtención de leñas pero no cortados a matarrasa.
En la ladera de solana el crecimiento de los árboles es más lento y a eso hay que sumarle la pobreza del suelo fruto de su naturaleza pizarrosa. El hombre se adaptó a estas condiciones realizando una explotación del robledal muy distinta, mediante cortas a matarrasa y quemas del matorral para la obtención de pastizal.
El Roble de Las Güensas antaño se encontraba solitario en un terreno de pastos; una ladera que era quemada periódicamente para eliminar el matorral y a los nuevos rebrotes de melojos y obtener así pasto fresco para el ganado. Sobrevivieron él y algunos pocos robles más con la finalidad de dar sombra al ganado; como ejemplares de seteo
Para que el roble centenario cumpliera bien su finalidad de dar sombra, su copa era podada periódicamente y su leña acarreada hasta el pueblo. Además, las ramillas finas eran cortadas anualmente en primavera para que el ganado pudiera alimentarse de las hojas tiernas recién brotadas; el ramoneo.
Tras el cese de la trashumancia y el abandono de los montes, el bosque vuelve a recolonizar y hoy un monte bajo de robles melojos y jaras estepas recubre la ladera. Previa a esta recuperación natural, se realizaron unos desafortunados aterrazamientos con pinos silvestres.
El gran roble, hoy en día rodeado de pinos de repoblación, cumple una gran misión como refugio para la fauna del bosque en las oquedades de su tronco.