lunes, 5 de enero de 2015


LOS CURIOSOS RÍOS DE PIEDRAS:

La Sierra del Alto Rey (1858 m.) es una alineación cuarcítica de dirección predominante Este-Oeste. Esto hace que tenga unas vertientes Norte y Sur muy contrastadas. La vertiente Norte es muy fría y prueba de ello es el extenso pinar silvestre autóctono que cubre todo a lo largo la vertiente septentrional de dicha sierra. El pino silvestre es una conífera de montaña adaptada a climas muy fríos y continentales tanto de la taiga como de las altas cordilleras montañosas.

Por la vertiente norte de dicha sierra descienden una serie de cortos valles cuarcíticos de montaña. Son valles estrechos y alargados de orientaciones norte o nordeste. El fondo de estos valles umbrosos se sitúa entre los 1.400 y los 1.600 metros de altitud y el ambiente en su interior es de sombra permanente, bajo la cobertura vegetal de un denso pinar eurosiberiano.

En los valles fríos de la Sierra del Alto Rey abundan las huellas periglaciares; testigos de climas pasados tales como las pedreras o canchales que recubren las laderas o como las turberas de los fondos de los valles.

Y concretamente en dos de estos valles fríos de montaña, llama la atención la presencia de una curiosa formación geológica muy poco conocida; son los denominados ríos de piedras o ríos de bloques.
 
 
Valle frío de la Dehesa de Mamprigal.


La Dehesa de Mamprigal, en el término municipal de Galve de Sorbe, es un corto valle colindante a una masa de pinar silvestre, situado a 1350 metros de altitud. Destaca su llamativo paisaje: una estrecha vaguada de verdes praderas en donde pastan plácidamente las vacas. Los suelos son muy negros debido a la gran concentración de turba y abundan en ella los prados encharcados y las turberas de donde emanan diversos manantiales de agua. El valle frío de Mamprigal posee un trazado ligeramente sinuoso ya que la vaguada realiza alguna curva. Próximo a la cabecera del valle y en una curva de umbría, sorprenderá al viajero un curioso caos de bloques o canchal de cuarcita nada usual, ya que este no se localiza en alguna empinada ladera de las inmediaciones sino que se encuentra justo en el fondo de la vaguada. El aspecto de este original caos de grandes bloques nos recordará al tramo de un río ya que incluso realiza una curva y todo. En la parte inferior del valle frío y ya entrando en el pinar silvestre, volvemos a encontrarnos con otra pedrera en el fondo de la vaguada que de nuevo nos recordará a un río de bloques.

Río de piedras superior de Mamprigal. En invierno se escucha correr el agua por debajo.
 
Pero, ¿Que son los ríos de piedras o ríos de bloques y como se originan?. Los ríos de piedras son pedreras o canchales; es decir grandes acumulaciones de bloques angulosos de roca cuarcítica. Pero a diferencia de los canchales convencionales que frecuentemente recubren las laderas de las montañas, los ríos de bloques hacen lo propio en el fondo de pequeños valles estrechos y alargados de orientaciones muy frías en ambientes de montaña en donde hubo climas de tundra.

Su origen es el mismo que el de las pedreras convencionales: bajo unas condiciones climatológicas de un frío muy intenso (clima de tundra) los procesos de hielo-deshielo actúan como un eficaz agente erosivo responsable de la modificación del paisaje. El agua de lluvia se infiltra en las pequeñas fisuras que presentan los escarpes de roca cuarcítica. El agua al congelarse aumenta su volumen formándose una cuña de hielo que fragmenta la roca. Este proceso repetido miles de veces llega a destrozar tanto la roca que termina originando las pedreras o canchales en la base de los cortados de roca. Por la propia gravedad, los bloques desprendidos terminan rodando ladera abajo.

Pero si estas pedreras se localizan en el fondo de un valle estrecho y alargado, en orientación de umbría y bajo una acción de los procesos de hielo-deshielo muy dilatados en el tiempo, se puede llegar a producir un lento transporte de toda la masa de bloques o pedrera a lo largo de dicho valle. En ese caso, estaríamos ante un río de bloques.  

Sin embargo, pese a lo que su nombre nos indica, los ríos de piedras no fueron desplazados por ningún antiguo río que discurriera por el fondo del estrecho valle, ni mucho menos por algún glaciar, sino por la propia acción de la gravedad: el agua de la lluvia penetraba entre la acumulación de bloques del fondo del valle empapando el suelo situado justo por debajo. Bajo períodos de un frío muy intenso de clima de tundra muy diferente al actual, el suelo congelado se abombaba, levantando parcialmente algunos de los bloques que componen la gran masa. Este levantamiento hacía desplazarse ligeramente los bloques en el sentido de la pendiente. La misma acción repetida miles de veces, supuso el lento flujo de los bloques por el fondo del valle originando la actual formación que se asemeja a un río de bloques.

Nos encontramos por lo tanto ante una formación geológica muy importante ya que se trata de una formación periglaciar relíctica en el sentido de que con las condiciones climatológicas actuales es imposible que se pueda llegar a originar un río de piedras.

                        
Manantial que surge del interior del río de bloques superior de Mamprigal.

El río de piedras situado en la cabecera del valle de Mamprigal, es el más grande e importante a nivel comarcal. Lamentablemente, un camino forestal totalmente artificial lo fragmenta justo antes de la curiosa curva que realiza el río de piedras. Una peculiaridad que en ocasiones poseen estas formaciones geológicas, es la de discurrir el agua por debajo de ellas. Se trata de pequeños arroyos que surcan algunos de estos lechos pedregosos y que terminan aflorando a la superficie en la parte final de los mismos. Durante los meses más lluviosos incluso se escucha con fuerza el correr del agua por debajo de los grandes bloques de cuarcita. En el río de bloques de la cabecera de Mamprigal, podremos disfrutar de este curioso efecto sonoro así como contemplar el caudaloso manantial que brota de su interior.

El río de piedras inferior de Mamprigal se encuentra muy cubierto de líquenes.
                                              
          El río de piedras de la parte inferior del valle de Mamprigal es de dimensiones más modestas. Sin embargo, resulta llamativo el color tan grisáceo que poseen los bloques de cuarcita. Esto es debido a que están completamente recubiertos por líquenes ya que las cuarcitas originalmente poseen unas tonalidades blanco-parduzcas y rosáceas.

El valle frío de la cabecera del Río Pelagallinas discurre encajado entre montañas.
                                 
La cabecera del Río Pelagallinas, término municipal de Condemios de Arriba, es un valle en umbría muy frío, encajado entre cerros cuarcíticos que superan o rozan los 1800 metros de altitud y cubierto por un denso pinar silvestre. El propio fondo del valle se sitúa a 1650 metros altitud, destacando la presencia de prados húmedos con suelos de turba.

En este ambiente de coníferas de montaña, nos encontramos con dos pequeños ríos de piedras muy próximos el uno al otro. De nuevo los bloques cuarcíticos se encuentran muy recubiertos de líquenes y una de las formaciones de bloques realiza incluso una pequeña curvatura similar a la de un río convencional.

En la cabecera del Pelagallinas hay dos modestos ríos de piedras.
 
LA SIERRA DEL TREMEDAL:

Ahora vamos a viajar unos 145 km,s en línea recta hacia el Sureste, a la Sierra del Tremadal, dentro del macizo montañoso de los Montes Universales, en los confines del Alto Tajo. Al igual que en nuestra comarca, la Sierra del Tremedal (1935 m.) es una alineación cuarcítica de dirección predominante NW-SE, de clima mediterráneo continental de montaña y cubierta por extensos pinares eurosiberianos de pino silvestre.

Uno de los grandes ríos de bloques de la sierra del Tremedal.
 
De nuevo tenemos cortos valles fríos de montaña, en situaciones de umbría y a altitudes de los fondos de valle de entre 1.500 m. a 1.700 m. Y de nuevo con destacadas huellas periglaciares de carácter relíctico: gran cantidad de turberas, canchales de bloques cuarcíticos y magníficos ríos de piedras. Entre las localidades de Orea y Orihuela del Tremedal, se suceden en la Sierra del Tremedal hasta 7 grandes ríos de bloques que están considerados los más grandes del Mundo (algunos con longitudes de hasta más de 2,5 km´s y de hasta 4 metros de espesor de la masa de bloques).

La ingente cantidad de bloques procede de los escarpes cuarcíticos colindantes.
               
Se trata de las mismas formaciones geológicas que las presentes en la Sierra del Alto Rey pero con una diferencia de tamaño considerable. El volumen de toneladas y toneladas de bloques de cuarcita que fueron acumulados y desplazados lentamente por el fondo de los valles umbrosos de la Sierra del Tremedal no tiene parangón.

Varias toneladas de roca cuarcítica fueron fracturadas y desplazadas masivamente.
 
            Los lugares más fáciles para contemplar los colosales ríos de bloques de la Sierra del Tremedal son el Arroyo del Enebral en Orea y el Arroyo de la Garganta en Orihuela del Tremedal.

Río de piedras a 1.800 metros de altitud; ya en el piso oromediterráneo.
 

                       

 

sábado, 13 de diciembre de 2014


VARISCA, LA ROCA PARLANTE:


Hola Yolanda:

Me llamo Varisca y digamos, que ya no soy precisamente una muchachita. En primer lugar quería agradecerte que vengas de vez en cuando a visitarme y a darme un poco de conversación. Y aunque ahora me veas con la cara muy arrugada, en tiempos yo también fui una adolescente; al igual que los chicos con los que sueles venir.

Hace millones de años éramos jóvenes y estábamos decididas "a comernos el mundo". Formábamos parte de una enorme cordillera montañosa que se extendía desde donde hoy están Los Apalaches hasta donde actualmente se encuentra el Himalaya. Eran tiempos de gloria y esta única cordillera llegó a tener picos de hasta 8.000 metros de altitud: la Cordillera Hercínica o Varisca (como mi nombre).

Pero "tempus fugit" para todos por igual y poco a poco nos fuimos desgastando hasta desaparecer como montañas y pasamos a formar parte de una gran llanura arrasada. Y no solo eso, sino que quedamos sumergidas bajo las aguas del mar a 4.000 metros de profundidad.

A esas profundidades se dan una serie de procesos internos de la Tierra; unas altísimas temperaturas que encima nos sometieron a unas grandes presiones y así es como nos transformamos: nos metamorfizamos y por lo tanto se nos llama rocas metamórficas.

Pero la historia de la Tierra está llena de largos momentos convulsos, alternados con otros períodos más largos todavía de calma y de desgaste.

Y así es como volvieron a nacer unas nuevas montañas; una nueva cordillera aunque de dimensiones mucho más modestas. Y de debajo de las profundidades marinas volvimos a ascender de nuevo a las alturas de estas nuevas montañas nacidas con la Orogenia Alpina. Lo único que ahora somos rocas metamorfizadas tras nuestra etapa subacuática. Por cierto, nos llaman “cuarcitas armoricanas”.

Pero una orogenia desgasta mucho a unos cuerpos ya castigados por la edad. Cuando se levantan las montañas, estas se pliegan como acordeones. Pero como una ya tiene sus añitos, esta nueva orogenia fracturó los antiguos pliegues en bloques. De hecho, yo formo parte de un antiguo pliegue ya fracturado.

Si lo miramos a grandes rasgos, la nueva orogenia nos fracturó en grandes bloques y unos bloques quedaron levantados formando sierras o anticlinales (las Sierras del Ocejón-Las Piquerinas-Alto Rey) y otros bloques quedaron hundidos formando fosas tectónicas o sinclinales (las depresiones de Campillo de Ranas y de Hiendelaencina).

En estas sierras levantadas hay una línea norte-sur de antiguos pliegues fracturados. Dicen que nuestro relieve es del tipo “apalachense”; con una sucesión de crestas cuarcíticas que forman de manera escalonada antiguos pliegues en acordeón fracturados de dirección Norte-Sur.

Desde la orilla del Sorbe donde ahora nos encontramos, hasta la misma cumbre del Ocejón, todo son antiguos pliegues escalonados. Por ejemplo Peñas Rubias, que lo tengo tan cerquita, es un fragmento de un antiguo plegamiento.

Por cierto, que me hace gracia este joven y galante río llamado Sorbe. Como buen joven del cuaternario es atrevido y se ha buscado su camino a través de una línea de fractura; una línea que separa dos importantes bloques estructurales: el bloque levantado del Ocejón y el bloque hundido de Hiendelaencina.

Y aquí me tienes...muy vieja pero contenta de tantas vivencias y tantas cosas que he visto. Tengo hermanas repartidas por muchas partes de la Tierra y todas nos sentimos muy orgullosas de formar unos relieves tan llamativos y de vivir sosegadamente sin sufrir apenas el azote de la erosión. Las cuarcitas somos rocas duras de pelar y por eso vivimos tranquilas.



Tramo del Valle del Sorbe donde se encuentra Varisca.
 
                            Varisca, la roca parlante.
                 
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Varisca, la “roca parlante” contempla como van pasando lentamente los siglos desde su privilegiada morada a orillas del Río Sorbe, entre las localidades de Zarzuela de Galve y Umbralejo. Esta última localidad es un pueblo rehabilitado perteneciente al CENEAM y es destinado a la educación ambiental de escolares.

Yolanda trabaja de monitora en Umbralejo y al igual que el resto de sus compañeros, visita todas las semanas  a Varisca en compañía de sus 50 alumnos adolescentes. Una vez que están allí, se sientan todos junto a la venerable Varisca y ella les cuenta la apasionante historia de su vida.

El presente relato de Varisca forma parte del Programa de Educación Ambiental de Umbralejo y es leído durante la excursión guiada que semanalmente se realiza desde Umbralejo al fondo del Valle del Sorbe.

jueves, 27 de noviembre de 2014


LA VIDA A 2.200 METROS DE ALTITUD:

 
Un día de enero cualquiera de un año cualquiera caminando por uno de los cuatro cordales del entorno del Pico del Lobo; el techo de la Sierra de Ayllón con sus 2.274 metros de altitud.

Hace un día soleado y tranquilo aquí en las alturas, aunque de vez en cuando viene una brisa de frío helador. El cordal por el que caminamos se encuentra cubierto por una espesa capa de hielo y nieve y todo a nuestro alrededor es de color blanco; el blanco de la nieve y el azul del cielo.

Hay un silencio absoluto y no se escucha ningún ave, ningún mamífero, tan solo el crujir de nuestros crampones al caminar sobre el hielo. Parece como si la vida se hubiera paralizado aquí en las alturas.

Nos asomamos al borde de un circo glaciar para contemplar el gran espesor de hielo acumulado. Estamos sobre una cornisa de hielo y hay que tener mucho cuidado. Clavas el mango del piolet y se hunde por completo; es mejor retroceder unos pasos.

La parte superior del cordal es estrecha y alargada y de vez en cuando asoman entre la nieve algunos escarpes rocosos que se encuentran completamente cubiertos de hielo. El hielo ha sido violentamente incrustado en las rocas a modo de cuchillos; es como si el viento hubiese lanzado cuchillos de hielo.

Precisamente, disfrutando de un magnífico día de sol invernal, nos damos perfecta cuenta de cuan terribles han de ser las ventiscas a 2.200 metros de altitud. Y de nuevo nos formulamos la misma pregunta: ¿Cómo será la vida aquí arriba?.

Las duras condiciones invernales del piso Crioromediterráneo en el Macizo del Lobo.


Un día de julio cualquiera de un año cualquiera caminando de nuevo por uno de los cuatro cordales del entorno del Pico del Lobo. Lo que antes era nieve ahora es una pradera de pasto muy ralo que a duras penas cubre el suelo. Nos encontramos en el nivel superior de las cumbres, a 2.200 metros de altitud; es decir en el piso bioclimático Crioromediterráneo.   

A esta altitud la nieve lo cubre todo durante más de medio año. Cuando no hay nieve y hielo, el viento casi constante y una fuerte insolación, se convierten en nuevos agentes limitantes para la vida. Hemos de tener en cuenta que pese a las elevadas precipitaciones que se registran en la alta montaña, el ambiente que han de soportar animales y plantas es de una aridez extrema. No hay agua tan arriba y el hielo, el viento y el sol lo resecan todo.

Este terreno tan desprotegido, tan solo puede ser colonizado por lo tanto por el pastizal de altura de la especie Festuca indigesta. Son pastizales ralos de escasa cobertura del suelo y se conocen como pastos psicroxerófilos.






Pastizal psicroxerófilo entre los 2.100 y los 2.200 metros de altitud.

 
Las laderas que descienden a ambos lados del cordal culminante presentan una clara disimetría. En la vertiente de solana, a tan solo 50 metros por debajo de donde nos encontramos, las condiciones ya no son tan extremas y comienza el reino del matorral de alta montaña; los piornales de Cytisus oromediterraneus. Los piornales son por cierto muy ricos en pequeñas aves adaptadas a vivir en el matorral de alta montaña (pechiazul, acentor alpino,...).

En el borde del piornal con el pastizal de altura, nos sorprenderá una llamativa planta de gran porte: la Gentiana lutea.




Gentiana lutea, especie muy conocida de la alta montaña.

                       
Si descendemos de nuevo del cordal de cumbres unos 50 metros, pero esta vez por la vertiente de umbría, nos podremos asomar al borde superior de algún circo glaciar y deleitarnos con el planeo de los buitres que en verano asientan sus colonias en alguna de las paredes verticales de los circos.

Pero retornemos al ralo pastizal de cumbres que nos ocupa en esta ocasión. Si nos fijamos detenidamente en la disposición y forma de crecer del césped de altura, nos daremos cuenta que este lo hace siguiendo pequeñas líneas horizontales a favor de pendiente o bien formando guirnaldas. Son las terrazillas y las guirnaldas de césped periglaciares.


Terracillas periglaciares.




 
Estamos contemplando por lo tanto una importante huella de nuestro pasado geológico; el modelado periglaciar. Con climas extremos de tundra, el frío intenso activó mecanismos de acción erosiva provocados por el hielo. Los intensos procesos de hielo-deshielo provocaron contracciones y dilataciones del terreno. En el subsuelo había una capa de hielo permanente (permafrost). El hielo hace aumentar el volumen por lo que el suelo se levantaba formando continuos abombamientos. Al deshelarse el mismo, la superficie volvió a contraerse, pero los céspedes de altura tan solo colonizan los bordes de estas pequeñas superficies de tierra antaño levantadas, formando según los casos una sucesión de terracillas y de guirnaldas.


                                  Guirnaldas de césped.
 
De mayor envergadura son las lenguas de solifluxión que nos podemos encontrar dispersas por el piso de alta montaña. Su origen responde igualmente a un desplazamiento del terreno fruto de la acción prolongada del hielo (modelado periglaciar) pero en este caso en laderas de cierta inclinación. Se reconocen cuando vemos un descalzamiento en la pradera de altura: masas de pequeños cantos empastados en arcilla que fluyeron ladera abajo saturadas de agua fruto de un intenso deshielo. En el lugar donde se produjo el movimiento de tierras, se aprecia una marcada concavidad en la pradera.



                               Lengua de solifluxión.

 
De presencia mucho más escasa en la Europa meridional, y en el Macizo del Lobo de carácter puramente testimonial, son los suelos poligonales. Sin duda alguna se trata de una de las formaciones periglaciares más llamativas y es un auténtico privilegio el poder contemplar esta formación en una alta montaña tan alejada de la tundra del Círculo Polar Ártico.

En este caso, el hielo  produjo un abombamiento y posterior hundimiento del terreno originando una sucesión de llamativos polígonos o pentágonos separados por grietas, tierra o cantos de pequeño tamaño. Dicha formación resulta muy curiosa ya que se asemeja a un fragmento de calle adoquinada o empedrada pero creada por el hielo. Resulta sorprendente que en algunos casos los polígonos presentan formas geométricas perfectas y el tamaño de los mismos puede variar de unos centímetros a varios metros. Los escasos vestigios de suelos poligonales presentes en el Macizo del Lobo, Peñalara, Urbión, Neila o la Sierra Cebollera, presentan por lo general polígonos de formas muy irregulares.

Escasa presencia de suelos poligonales en el Macizo del Lobo.
 

 
Si ahora nos fijamos en las diminutas flores que cubren de manera dispersa los pastizales de altura, nos sorprenderá su variedad de colores, su pequeño tamaño y su aspecto rastrero a fin de protegerse de los agentes erosivos. Destacan especies como Armeria caespitosa, Minuartia recurva, Jasione crispa, Pilosella vahlii, Jurinea humilis,...


El endemismo Armeria caespitosa.
 
 
Encajada en las grietas de los escarpes rocosos del cordal montañoso habita un destacado endemismo. Una de las plantas mejor adaptadas al clima extremo de la alta montaña: la siempreviva (Sempervivum vicentei subsp. paui).

El endemismo Sempervivum vicentei subsp. paui
 
Al ser la alta montaña un medio disperso y fragmentado, son frecuentes los endemismos de flora, dada la gran distancia que en ocasiones han de recorrer las distintas especies para encontrar un hábitat de características similares. Las altas cumbres suponen igualmente un importante refugio para  especies de flora boreo-alpina y eurosiberiana que a estas latitudes encuentran uno de sus últimos reductos de distribución a nivel mundial.

La Garra de Satán (Phyteuma hemisphaericum) es una especie boreo-alpina.

 
Un curioso habitante de los pastizales psicroxerófilos y al cual no le importa ni lo mas mínimo vivir a 2.200 metros de altitud, es al topillo nival. Este topillo de las altas cumbres, pasa el invierno enterrado bajo una gruesa capa de nieve bien cargado de provisiones y sin duda alguna es un selecto habitante de la alta montaña centroeuropea. En el Sistema Central y Sierra Nevada encuentra sus refugios más meridionales.
 
Galerías de topillo nival visibles tras derretirse un nevero a primeros de julio.

                      
CONCEPTOS CLAVE:


-Piso Crioromediterráneo.

-Pasto psicroxerófilo.

-Modelado periglaciar.

-Guirnaldas de césped.

-Terracillas cespitosas.

-Lenguas de solifluxión.

-Suelos poligonales.

-Flora boreo-alpina y eurosiberiana.

 

 

viernes, 24 de octubre de 2014

LAS TURBERAS: UN PARAÍSO BOTÁNICO DEL PASADO

A aquellos a los que les gusta escudriñar en los mapas topográficos, no les resultará difícil encontrarse con topónimos de parajes o incluso de municipios que hagan alusión a términos tales como: tremedal, trampal, bonal, gotial, hoya, paular, cenagal, bustar… Pero, ¿Qué tienen en común todos ellos?. Tan variada terminología hace referencia al complejo, heterogéneo y poco conocido mundo de las turberas.

            Una turbera la podríamos definir como un terreno de mal drenaje en el cual se producen unas condiciones de encharcamiento permanente. Se trata por lo tanto de medios pantanosos en donde se genera una importante acumulación de restos de materia orgánica o turba.
En las turberas la descomposición de la materia orgánica es muy lenta. Tanto es así, que se produce un importante desequilibrio entre el mayor aporte al suelo de restos vegetales, frente a los escasos procesos de descomposición que sufren dichos restos vegetales. 

Si caminamos por la montaña no nos resultará difícil reconocer una turbera ya que veremos una pradera con tierra de color muy negro (la turba), generalmente encharcada y mucho más verde que el terreno circundante. Si tratamos de caminar sobre ella, lo cual es del todo desaconsejable dado que correremos el riesgo de hundirnos, percibiremos que su inestable suelo  tiembla y que de sus aguas superficiales emana un desagradable olor.



       Aspecto general de una turbera ácida.

El hecho de contar con aguas estancadas en donde se produce una descomposición tan lenta de la materia orgánica, propicia que en las turberas apenas haya oxígeno y que los suelos posean un elevado índice de acidez.

El encharcamiento casi permanente, la escasez de oxígeno, la elevada acidez del suelo y el ambiente frío de montaña en donde se localizan las turberas, dificulta seriamente la supervivencia de las plantas.

Sin embargo, las turberas rebosan vida ya que las plantas que las colonizan, se encuentran perfectamente adaptadas a vivir bajo estas condiciones tan limitantes y en todas las turberas podremos encontrarnos prácticamente con las mismas especies. Se trata de especies de flora boreo- alpina o en su caso eurosiberiana; es decir especies que tienen su óptimo en el círculo polar ártico o en las montañas del centro y norte de Europa.


Pranassia palustris: especie abundante en las turberas y una de las últimas en florecer.


La posición meridional de la Península Ibérica en el contexto de Europa, le confiere un alto valor añadido a las turberas aquí presentes, al suponer el límite de distribución mundial de muchas de las especies de flora presentes en sus turberas.

La evolución natural de una turbera es hacia su desaparición por una paulatina desecación de la misma. Ello conlleva la pérdida de una serie de especies de flora que en muchas ocasiones poseen un ámbito de distribución muy reducido. Por así decirlo, las turberas son medios residuales que tienen su óptimo en ambientes fríos de alta montaña y en las áreas de tundra de latitudes septentrionales.

Pese a que todas las turberas son medios con suelos muy ácidos, en función de la flora que las coloniza, podemos distinguir entre turberas ácidas y turberas básicas. En terrenos calcáreos, las aguas que afloran en superficie poseen un diferente grado de dureza y ello propicia que las especies de flora presentes en las llamadas “turberas básicas” se diferencien bastante de las especies presentes en las turberas ácidas.

            Aunque en apariencia, una turbera nos pueda parecer un espacio reducido y homogéneo, en realidad el interior de una turbera forma un complejo mosaico en el cual nos encontramos con multitud de situaciones diferentes en función del grado de encharcamiento de la misma.

En el interior de una turbera de las llamadas “ácidas” y allí en donde el grado de encharcamiento es mayor, la pobreza de nutrientes es tal, que incluso los musgos encuentran dificultades para sobrevivir; a excepción de los esfagnos. El esfagno (Sphagnum sp.) es un género de musgos adaptados a colonizar precisamente los lugares de mayor encharcamiento en el interior del mosaico que forma una turbera.


Abombamiento periglaciar en una comunidad de Sphagnum sp.


El género Sphanum lo constituyen diversas especies de musgos tan solo reconocibles entre ellas a nivel de microscopio. Es frecuente encontrarnos con abombamientos de esfagnos en el interior de las turberas fruto del deshielo de antiguas superficies de suelo helado o permafrost (cuando en el pasado, incluso en el sur de Europa hubo climas de tundra).

En el interior de las comunidades de Sphagnum destacan especies tan interesantes como la planta carnívora conocida como “atrapamoscas” (Drosera rotundifolia) o como el Triglochin palustris.



                     Atrapamoscas (Drosera rotundifolia).


En las turberas básicas el cortejo florístico es muy diferente ya que no hay Sphagnum sp. ni tampoco Drosera rotundifolia, siendo ocupado su lugar por comunidades de juncos y grandes herbáceas o cárices, entre los cuales destaca el llamativo “junco lanudo” o “algodón de los pantanos” (Eriophorum latifolium).



Turbera básica con población de junco lanudo (Eriophorum latifolium).


En el interior de las turberas, hay en ocasiones hoyas y pocetas. Las hoyas son puntos de afloramiento de agua en donde esta permanece continuamente estancada formando pequeñas lagunillas. Las pocetas son pozos de agua estancada y a veces son bastante profundos (*).



                   Poceta en el interior de una trubera.


Las turberas evacuan el agua a través de arroyuelos en donde podemos encontrarnos con ricas comunidades florísticas de juncos y grandes herbáceas o cárices (Carex echinata, Carex nigra,…); son los juncales higroturbusos. Destacan especies tan llamativas como Dactylorhiza maculata,  Lychnis flos-cuculi, Cardamime pratensis, Viola palustris, Myosotis stolonifera,…


    Cuclillo de los pantanos (Lychnis flos-cuculi).

                                              
En los sectores de la turbera en donde el grado de encharcamiento es menor, se produce la transición hacia los prados húmedos. Se conocen como prados higroturbosos y  se caracterizan por su alta y densa hierba, resultando difícil en ocasiones discernir el límite entre un prado húmedo y una pradera higroturbosa ya que en ellas conviven algunas especies de flora que no son propiamente de turberas, como por ejemplo Filipendula ulmaria, Genista anglica, Pedicularis schizocalyx,…

En turberas básicas, los prados higroturbusos en ocasiones se encuentran completamente colonizados por la herbácea Molinia caerulea (los llamados “prados de molinetas”).

En la turberas ácidas del piso de alta montaña aparece una interesantísima comunidad dominada por el “brezo de las turberas” (Erica tetralix). Son los conocidos como brezales higroturbosos y junto a Erica tetralix destaca la presencia de Drosera rotundifolia, Parnassia palustris y en los bordes de la comunidad el arándano (Vaccinium myrtillus).



                   Brezo de las turberas (Erica tetralix).


Como hemos visto, las turberas tienen su origen en medios de clima frío de tundra y de alta montaña. Su supervivencia está ligada por lo tanto a aquellos lugares en donde, pese a ya no existir unas condiciones idóneas para las mismas, la elevada pluviosidad y las bajas temperaturas las mantienen todavía activas; permitiéndonos disfrutar de especies de flora nada comunes en la Europa meridional. En la Península Ibérica estamos hablando por lo tanto de vestigios de época periglaciar; cuando a estas latitudes llegó a existir la tundra.

 En el Macizo de Ayllón las turberas están presentes en aquellos sectores más húmedos y fríos: Pico del Lobo, Tejera Negra, pinares del Alto Rey y Sierra de Pela. En esta última y dada su naturaleza calcárea, las turberas son basicas, mientras que en los restantes sectores del Macizo las turberas son todas ácidas. Dentro de las turberas ácidas de Ayllón también podríamos diferenciar un subgrupo con las turberas de alta montaña del Macizo del Lobo y La Buitrera en Tejera Negra (aproximadamente por encima de 1800 mts.) debido a una mayor presencia de especies de carácter boreal (Lycopodium clavatum, Huperzia selago,…) y a la aparición de las comunidades de brezales higroturbosos (brezo de las turberas).


               Dactylorhiza maculata



 En las inmediaciones de nuestra sierra, hay también interesantes turberas en los Montes Carpetanos y Peñalara, en los macizos de Gredos, en los Montes Universales (donde destacan especialmente por su riqueza botánica las turberas de Orea), en los macizos de Urbión, Neila, La Demanda,…y sin olvidarnos de las sorprendentes turberas de los Montes de Toledo y Ciudad Real.


(*) Fuera de las turberas también podremos encontrarnos con hoyas y pocetas; en el seno de pequeñas vaguadas o en rellanos del terreno y asociadas a los ambientes húmedos y fríos del interior de los hayedos, abedulares o pinares eurosiberianos. En estos casos, veremos igualmente la característica tierra negra de turba.